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El Rincón del Diablo

Paul a las doce y media de la noche en punto

Paul a las doce y media de la noche en punto  

Por:  AntonioCapurro

E-Mail: toniuz@yahoo.com


                  Paul a las doce y media de la noche en punto está desnudo sobre la enorme cama esperando ansiosamente los fuertes brazos de Sebastián, como todos los sábadosy domingos en que pueden amarse sin deberle explicaciones a nada: ni Paul a su familia, ni Sebastián a su prestigio.

         Hace seis meses exactos, Paul y Sebastián se citan religiosamente en el mismo hotel, en el mismo piso y en la misma habitación. Paul, el estudio; Sebastián, los negocios. Paul, la juventud, Sebastián, la madurez. Paul, el peligro, Sebastián, la cautela. Paul con las ganas de quitarse el antifaz, Sebastián con sus dudas respecto a dar un importante paso en su vida.

         Esta noche la puntualidad de Sebastián acumula su primer punto encontra. Paul en la semioscuridad de la habitación piensa en la repentina demora. Quiere ser positivo; así que hace de cuenta que algo muy importante en el trabajo ha retenido a Sebastián. El teléfono no suena, el celular tampoco. A esas horas y en ese momento una llamada puede hacer la diferencia, la gran diferencia.

         En lugar de comerse las uñas, Paul deja la suavidad del colchón y va directo al baño. Metido en la ducha permite que el chorro de la regadera cumpla un total efecto relajador bajo su nuca. Permanece así por más de cinco minutos, es la segunda vez que se ducha en el mismo día; luego prosigue su limpieza corporal y sale más higiénico que nunca.

         Por estos días Paul mantiene largos sus ensortijados cabellos castaños, casi hasta el cuello, como le gusta a Sebastián que lo ve sexy; aunque él no comparta la misma idea. Los mojados rizos caen sobre sus ojos cegándole brevemente la visión, con una mano los lleva hacia atrás y con la otra palpa en el colgador de la pared tratando de hallar el albornoz, pero no encuentra nada, tampoco ninguna toalla para atar a su cintura. Cuando pisa la fría losa en lugar del tapiz, sus húmedos pies casi le hace resbalar e irritado espeta: "Mierda, nada está en su correcto sitio".

         No se ha colocado nada sobre la piel después de secarse, excepto desodorante y perfume. Mirándose en el espejo que refleja la totalidad de su  cuerpo, centra su atención en el vello púbico que desde su pecho crece desperdigamente hasta formar un frondoso bosque sobre la base del pene. Acaricia su sexo deseando encontrar entre sus dedos las manos de Sebastián, esas manos de hombre hábil, diestro y experto que sabe perfectamente tocar en la zona precisa. Paul permanece un rato más en el espejo pensando en cuanto tiempo podrándurar de esa manera, a hurtadillas, teniendo que ocultarse de todo el mundo comosi fueran unos vulgares ladrones que huyen por haber cometido el pecado de robar el amor para ellos.

         Será una larga noche de espera para Paul, una noche que no cree poder resistir; aunque la suite sea la más lujosa y tenga alrededor mil comodidades para disfrutarlas él solo. Puede llamar a Sebastián, pero prefiere no darle una chance de explicación, no quiere oír lo mismo de siempre, no quiere entender sus disculpas de hombre súper ocupado. "Tú sabes querido Paul, losnegocios son los negocios, en la agenda hay citas ineludibles compromisos ya pactados que no dan espacio a postergaciones. Es así, cariño, que le hago pues. Ya tendremos el sábado y el domingo para nosotros, entre semana me es muy difícil. Entiéndeme, por favor, Paul". Sebastián y sus argumentos, Sebastián y el qué dirán, Sebastián y su temor a decir que ama a otro hombre.

          La televisión me aburre pese a que haya un montón de canales para escoger en el cable, pero de qué me sirve el jacuzzi, el champagne, la cama, mi cuerpo que desea amarte si tú no vienes. No, Sebastián, esta noche de sábado no voy a quedarme colgado frente a una pantalla de no sé cuántas pulgadas ni mirando el reloj cada cinco minutos  ni dando vueltas de aquí para allá como un impenitente sonámbulo. Esta noche voy a salir a la calle a dejar que mi libido satisfaga sus instintos, y que el deseo aflore libremente. No soy ni un puto ni un flete sólo un gay cuyo hombre todavía no abre la puerta de verdad para dormir junto a mí, para ser el que es, para mostrar sus emociones a plenitud.

         Me pregunto Sebastián ¿hasta  cuándo representarás ese papel de soltero codiciado que estás empeñado en actuar,según me dijiste, desde hace muchos años para tu familia, tus amigos y tus negocios? Sé que no puedo exigirte demasiado, pero tú sabes que yo estoy dispuesto a dejar las apariencias y las medias voces con tal de poder compartir junto a ti más que un sábado y un domingo en este maravilloso hotel cinco estrellas. Mucho más que un fin de semana fuera  de la ciudad, una noche en el asiento trasero de tu carro frente al mar o los encuentros en una discoteca de ambiente.

         Quizá esté pidiendo demasiado, quizá estoy tratando de navegar contra la corriente cuando soy consciente que nada será como yo lo imagino. Nunca pensé que iba a enamorarme de esta manera y de un tipo que me lleva quince años por delante. En realidad la edad no me interesa, pero de repente eso nos aleja a pesar de que yo he aprendido de ti y tú de mí. Sé como has gozado de mis locuras y arrebatos sintiéndote a tus cuarenta todo un jovencito desbocado, mientras yo he descubierto la serenidad y la sabiduría de tus experimentados años.

         Podríamos ser el equilibrio que andábamos buscando, un complemento el uno para el otro. Sin embargo, nada es perfecto, hay cosas difíciles de comprender y de aceptar hasta en uno mismo que anda cuidándose de no exponer lo que lleva adentro manteniendo el viejo disfraz del correctísimo heterosexual al que nadie cuestiona ni pone en entredicho. Y en este hoyo estamos los dos, Sebastián, cada cual con su propia historia, con sus propios miedos y angustias. Y hasta con su propio karma.

         De  nuevo frente al espejo pero esta vez con ropa, no la misma que vestía al entrar hotel, verificar la reservación y pedir la llave, sino una más informal; aunque elegante, algo pegada al cuerpo y atractiva. Paul termina de arreglarse y lo hace introduciendo en sus pies las botas de cuero negro. Ahora sólo falta colocar en su muñeca el bonito reloj que Sebastián le regaló en su cumpleaños número veintiséis con las iniciales de ambos grabadas en la parte posterior acompañado de un forever love. Tiene dudas si escribirle o no unas cuantas líneas antes de salir por allí a vagabundear con rumbo desconocido. Piensa mojando sus labios en lo qué pondrá en la nota y en lo qué le dirá a Sebastián cuando quiera saber el motivo de su actitud.

         En su mochila ya tiene dispuestas sus cosas, lo que no decide aún es cómo diablos hará, si es mejor salir y volver más tarde o, por el contrario, dejarlo plantado del todo y olvidarse del problema que lo tiene jodido interiormente como la aquella vez en que escuchó a uno de sus amigos insultar a un travesti que pasaba por su recorrido: "Maricones de mierda, ¿por qué no se van a putear por otro lado?". Aquella vez Paul se quedó paralizado en el interior del carro pensando en esa actitud homofóbica, afortunadamente ninguno volteó a mirarlo tan entretenido como estaban por fastidiar a las postizas chicas de breves faldas y zapatos de plataforma meneando sus cuerpos trasnochados. "No será que también les gustaría estar con ella para saber cómo es el asunto", se dijo cuando ya el auto abandonaba la avenida de las prostitutas. "Si supieran que su velludo, vozarrón y varonil pata es un homosexual encubierto, un gay asolapado?, ¿me golpearían?, ¿Cuál sería su reacción inmediata? La verdad es una pérdida de tiempo salir con unos tipos que odian y discriminan a la gente como yo, debo dejarlos de ver, alejarme calladamente hasta que se olviden de mi existencia. Nunca me sentí tranquilo en este insignificante grupo universitario", sentenció Paul en su mente justo cuando el carro lo dejó en la puerta de su casa a la medianoche y él entró corriendo para hablar por teléfono con Sebastián, como lo venía haciendo desde hacía unos días atrás.

          Fue una noche de ambiente cuando lo conocí, yo estaba súper aburrido bebiendo en la barra de la discoteca, me habían plantado y no deseaba conversar con nadie. Tenía un humor de perros, tomando mi trago de pisco sour de rato en rato lanzaba una ojeada a mi  alrededor para desanimar a tiempo cualquier inesperado lance. Y de repente levanté mis ojos; que miraban a mis manos jugar con una pequeña tarjeta del local, cuando en el espejo de la barra me percaté de tu presencia. Observabas con profunda intensidad en mí, eso me perturbó un poco, tanto que me olvidé del enojo y de todo lo demás.

         Y permití tu osada actitud, a los cinco minutos de aquel intenso intercambio de miradas pedías ya dos tragos más, al menos no iba a perderme una noche de sábado por un estúpido desplante. Resuelto a pasarla bien, acepté con sumo agrado y placer sostener una entretenida charla contigo, se notaba que eras un hombre maduro, lo que me atrajo desde el inicio. No eras uno más de aquellos tíos con las manos sudorosas que salen a cazar adolescentes inexpertos o jovencitos apetitosos, no buscabas una aventura casual; aunque tu acercamiento anterior te declarase culpable. Siempre habían sido chicos de mi edad y nunca hombres mayores los que se habían fijado en mí, y yo en ellos.

         Esa primera noche no pasó nada físico entre ambos, sólo conversaron casi tres horas continuas en una café miraflorino donde las revelaciones emergieron de forma natural. Sebastián tenía su historia y Paul la suya, en cierto modo casi parecidas casi entroncadas por el temprano descubrimiento de un deseo diferente, con la fachada para evitar rumores, las relaciones furtivas, el máximo cuidado en la vida íntima sacrificada y condenada a permanecer bajo un telón oscuro.

         Hubo una mutua atracción, al principio Sebastián creyó que junto a Paul no podría llegar a una relación más larga y duradera, pero se equivocó tanto como él. Sebastián era totalmente distinto a lo que Paul había conocido hasta ese momento, ambos se estaban cansando y aburriendo de tantas noches efímeras y tantas insignificantes aventuras, de revolcarse con un hombre en la cama y no tener nada que decir al día siguiente.

         Cuando  Sebastián se despidió en la puerta de la casa de Paul, ya no tenía esa mirada devoradora y penetrante, sino una serena tranquilidad que emanaban de sus ojos produciendo en él una gran calidez. Paul flotaba dejándose llevar por esa tierna sensación que guardó hasta tirarse a dormir desnudo bajo sus sábanas. Después de aquella vez no volvió a saber nada de él casi por una semana, ninguno tenía el número telefónico del otro ni tampoco conocían sus apellidos; aunque Sebastián sabía donde ubicarlo. Paul tenía grabado en la mente sus gestos al detalle y en sus sueños los hombres llevaban el rostro y el cuerpo aún inexplorado de Sebastián.

         Desde el día en que Paul regresó cerca de las doce y media de la noche en punto luego de terminar un trabajo en la universidad y Sebastián lo esperaba a una cuadra de su casa fumando un cigarrillo apeado fuera del carro no dudó ni un minuto en ir con él adonde quisiera para ser el Paul enamorado que deseaba entregarse con el corazón y el cuerpo dispuesto dar y a compartir como nunca antes lo hizo con ningún otro.

          Fuiste mío y fui tuyo, hasta hoy que bajo por el ascensor donde la primera vez que subimos al octavo piso yo te quité los lentes y la corbata, luego lo demás en la habitación. Veo los números, del número ocho desciendo al uno, llego a la recepción y cruzo el inmenso portal de vidrio donde está el botones que no deja de sonreír y me saluda muy cortésmente. Al mirar a la calle tengo una sensación extraña, no sé por dónde ir no sé cuál dirección tomar, en la lista de teléfonos que llevo dentro de mi billetera sobra a quien llamar para darse un vacilón y dejar a un lado la incertidumbre de tu llegada, Sebastián. ¿Cuánto tiempo más voy a ser tu Paul a las doce y media de la noche en punto?, ¿es necesario que me haga esta pregunta? Mi reloj señala las tres de la madrugada, las luces de la ciudad me atraen poderosamente, voy a tomar un taxi para salir de aquí.

 

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