De "La Hija del Carnicero"
La edificación que dinamito en alucinaciones,
antenas, techos, grises pájaros
y el voyeurista de siempre;
aquel ejecutivo que llega a casa y no se enardece con nada
mas que con esa perra imagen del cuarto,
donde la niña, sin cortinas,
se tiende plácida,
drogada en sus deseos.
ambos insatisfechos,
perdidos
y
podridos,
se preparan para la función diaria:
excitarse con el show de luz.
pequeños fracasados,
ella se viste,
y
él
sólo espera la claridad matinal
y su boleto,
un mendrugo de papel higiénico.
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Una infanta disfrazada de realidad,
corre a través de paisajes etéreos,
tal vez porque es libre,
tal vez porque está huyendo.
los juguetes
-eróticos fetiches-
la esperan en casa
para derrocharse
y pernoctar en su tiempo infantil,
que se alimenta
de un sueño perverso.
¿entonces
de qué se avivan los sueños,
de alguien que sueña con ser nada?
la realidad es ella
y
ella
no existe:
se reinventa.
© Vanessa Martínez
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