Rasgos Sadomasoquistas: La escritura maldita en Farabeuf
Por Claudia Reina
El rito es nada más mirarlo.
Farabeuf
Hay que reconocer a Salvador Elizondo como un creador excepcional de infiernos; quizá este sea el punto de inicio para una aproximación a su obra; sin embargo, no es lo único que debe tomarse en cuenta, está también su inclusión dentro de la categoría de escritor maldito, sus influencias literarias provenientes de escritores satánicos (el término no es tan alarmante como parece) y las ideas que subyacen y a veces se repiten (no como tautologías sino como motivos de nuevos descubrimientos) dentro de su obra.
Qué es ser un escritor maldito. Un recorrido por la historia literaria proporciona nombres que pueden contestar a esa pregunta: Baudelaire, Lautrémont, Bataille, el Marqués de Sade, Rimbaud, Poe. Un escritor maldito va al encuentro de las fuerzas oscuras de la naturaleza humana, desciende a los infiernos, tiene conversaciones sagradas con el demonio, es un poseedor de obsesiones oscuras, casi ininteligibles, tenebrosas, y lo que lo conduce a esto es un estado de zozobra interior que acaso pueda encontrar consuelo en la blasfemia. Las flores del mal y Cantos de Maldoror son ejemplos de esta literatura maldita.
Un escritor maldito no elige serlo, lo es sin remedio, y tiene que soportar el estigma y el goce de serlo. Salvador Elizondo tiene una vida que refleja su alianza con las fuerzas oscuras que estarán expresadas en su literatura. Sufrió de depresiones, alucinaciones, delirios, hasta el grado de tener que ser internado en un hospital psiquiátrico; su mirada siempre estuvo fija en escritores con los cuales se sintió identificado y a su vez lo influyeron, y en general tuvo experiencias tanto personales como literarias que le transmitieron un conocimiento preciso y perverso del mundo de las sombras del alma humana.
Farabeuf es un libro siniestro, oscuro, perturbador, confuso. Las situaciones que en él se viven son aún más escalofriantes porque no corresponden a la lógica de los sentimientos o pensamientos de los seres comunes. Por qué, por ejemplo, la Enfermera quiere someterse voluntariamente al tormento sangriento que el doctor Farabeuf ejecuta con maestría; por qué para el doctor no hay placer más exquisito que el de rebanar un cuerpo con sus afiladísimos instrumentos quirúrgicos; por qué la fotografía de un supliciado mediante el tormento llamado "los cien cortes" provoca en la Enfermera el deseo de morir de la misma forma. No es fácil responder a esto y tampoco la novela lo hace; al lector sólo le queda asistir a una serie de actos que quizá no comprenda pero que no puede dejar de observar fascinado.
No son las anteriores las únicas preguntas que se pueden formular, también hay interrogantes en cuanto a la construcción formal de la novela. Quién narra. Quién es el que inicia diciendo, ¿recuerdas? A quién se dirige. Cómo identificar las voces que de pronto aparecen como fantasmas. Cómo ordenar los acontecimientos sin que nos desordenen a nosotros. Farabeuf pertenece a la novela experimental que proliferó por los años sesenta del siglo pasado en México; entre sus características están la de ser una literatura acogida predominantemente por las élites (es decir, escritores, críticos, que son los que más están familiarizados con los procedimientos de la literatura); tomar preceptos utilizados por el nouveau roman basados en que el narrador no es quien tiene la última palabra y no es, en ciertos casos, absolutamente confiable; la relatividad de la verdad; el uso de una perspectiva fenomenológica de la realidad; etc. El mundo construido por este tipo de novelas no es necesariamente ordenado y lógico; el lector no puede aspirar a que la historia se resuelva al final ni a acabar siquiera con una certeza. No obstante, a este tipo de novelas no se las puede insertar completamente dentro del noveau roman porque entre las características de esta corriente está la de no permitir que las situaciones salgan de su límite; es decir, todo debe permanecer atado a la cotidianidad por más intrincados que sean los métodos narrativos, mientras que en novelas como Farabeuf no es posible permanecer todo el tiempo en la realidad, o al menos no dentro de una realidad "normal", debido a que a veces las situaciones desembocan en lo metafísico o incluso en lo irreal.
Una mujer espera en una vieja casa ubicada en París la llegada del doctor Farabeuf. Mientras lo espera se entretiene en consultar la ouija o en practicar un método de adivinación chino mediante hexagramas. Eso es todo. Lo demás son rememoraciones, recuperación de diálogos y recuerdos, apariciones repentinas de voces y narradores desconcertantes. El subtítulo de la novela es la crónica de un instante y éste se refiere a ese instante culminante que no llega tan pronto como se piensa, que se retarda cuanto más se extiende la narración de hechos que tienen que ver indirectamente con la llegada de Farabeuf a la casa. Es el arribo del doctor y lo que pasa con la mujer una vez que éste ha llegado. Es un momento de claridad espiritual que sobreviene cuando se conjuntan el suplicio, el dolor, el placer y la ritualidad de todo este acto: "conocerás el sentido de un instante dentro del que queda inscrito el significado de tu muerte que es el significado de tu goce. Aprende; la contemplación del suplicio es una disciplina y una enseñanza". (Pág. 133). La novela es sólo ese instante del cual el lector, intelectualmente, no sabe nada. Es un momento que deja en la incertidumbre, en la sospecha, jamás en la afirmación contundente de lo que ocurrió.
La ambigüedad es una de las constantes del texto, no es posible sustraerse a esa perspectiva de la realidad que se nos impone. Las interpretaciones acerca de lo que sucede saltan desbocadas, todo es inquietante, y cuando se creía tener una pista se propone una nueva visión. Creo que el texto no puede quedarse en una sola interpretación porque éste no lo permite, nunca da nada a que asirse. Por ejemplo, casi al final de la novela, cuando se tenía más o menos afianzada la identidad del chino supliciado, se dice: "Mire usted esa fotografía con gran cuidado: ¿no reconoce usted a Melaine Dessaignes?" (Pág. 149). ¿Eso quiere decir que el supliciado es en realidad la monja que también es la Enfermera?, ¿o la Enfermera está entre el público que observa la ejecución?, ¿y todo este tiempo que se pensaba que el supliciado era un hombre, era una equivocación?
Salvador Elizondo ha sido un gran admirador de la cultura China y esta influencia se ha traspasado a Farabeuf. "Para la filosofía china el mundo está constituido por un número infinito de correlaciones cambiantes que sólo pueden expresarlo en un instante dado." (Teoría del infierno, Pág. 119). En la novela se da ese instante y todo lo que tuvo que suceder para que se produjera. El I Ching es un libro del cual el escritor tiene conocimiento y del que toma algunos de sus principios para aplicarlos al texto; por ejemplo, el emblema esencial es en donde está expresada la dialéctica del universo, en él están contenidos el yin y el yan (creo que todo mundo conoce este emblema: la esfera dividida por una línea ondulada dividida en blanco y negro, con un círculo blanco en lo negro y viceversa). Esta dialéctica igualmente está expresada de alguna manera en las dos mujeres que aparecen en la novela, o en las acciones de los personajes. Por tanto, es muy importante para una interpretación más acertada tomar en cuenta esta influencia oriental que es básica para entender Farabeuf (para más información acerca de la visión del escritor del I Ching consultar el ensayo titulado El I Ching en el libro Teoría del infierno).
Una de las características de la poesía Mallarmeana es hablar de algo sin nombrarlo nunca. Nombrarlo es destruir el goce. Comparando este precepto con la escritura de Elizondo (quien por cierto es admirador de Mallarmé) puede verse que encaja a la perfección. El escritor sugiere y el lector debe adivinar (y acertar). En el texto se sugiere que la mujer será sometida al suplicio denominado "los cien cortes", pero se sugiere nada más. El lector espera hoja tras hoja la confirmación de esa acción y nunca llega. Se dan pistas; Farabeuf cargando con su maletín lleno de instrumentos afilados, la mujer obsesionada con el suplicio; y sin embargo, jamás llega esa absoluta certeza que indique que en verdad el tormento fue efectuado en el cuerpo de la mujer. Las acciones son casi siempre ambiguas, en un momento el dolor puede transformarse en placer y la vida en muerte sin que nos percatemos apenas de ello.
El Marqués de Sade, Baudelaire y Bataille son referencias imprescindibles para hablar de una escritura maldita practicada por Salvador Elizondo. De ellos ha rescatado muchas de sus ideas y las ha puesto a funcionar dentro de los textos de acuerdo a su estilo y visión particular. Hay también otros escritores como Joyce, Válery y Mallarmé de los cuales ha admirado su manera de construir el mundo ficcional o poético, lo cual se ve reflejado en su obra.
Entre sus influencias no se encuentran únicamente las de tipo literario puesto que también ha sido un gran admirador del cine y la pintura. Luchino Visconti es uno de los directores cinematográficos que ha marcado su obra; la narración insistente manejada con un ritmo obsesionante y el hecho de que los personajes inanimados representen papeles más importantes que los actores humanos son características de las películas de Visconti que pueden encontrarse sin mucha dificultad en Farabeuf. Incluso Elizondo se apropia de técnicas cinematográficas para aplicarlas a la narración, como la sensación de que hay una cámara, a veces móvil, a veces estática, que le va mostrando, a su tiempo, al lector las diversas escenas.
Gironella, Francisco Corzas, Sofía Basi, son algunas de sus influencias pictóricas. Sólo para ilustrar hasta qué grado las ha adherido a su escritura transcribo unas palabras que le dedica a la pintura de Gironella: "Ha pintado un espejo que nos devora y nos hace vivir dentro de él. Ese espejo es una realidad que nos convierte en nada o en la imagen de lo que verdaderamente somos. Espejo canicular del delirio." (Cuaderno de escritura, Pág. 80). Este espejo que menciona, hablaré de él un poco más adelante, es el mismo que aparece en la novela, incluso cumple con las mismas funciones.
El lenguaje es un punto esencial en la narrativa de Elizondo por la especial atención y cuidado que pone en él. Es tal la importancia del lenguaje que incluso llega a ser, en Farabeuf, el protagonista, haciendo que los personajes y situaciones sean meras marionetas manejadas por él. Por ejemplo, es muy común que en la novela una misma situación se narre de maneras distintas, agregando elementos, contradiciéndose, pero sin que el lenguaje pierda en ningún momento su cualidad renovadora; incluso éste da la sensación de estar más vivo que los propios personajes. Elizondo apuesta por un lenguaje que haga más que un lenguaje que diga, lo que provoca que la novela tenga una textura de artificialidad, pero ésta no significa que el escritor no haya logrado dar a su universo ficcional el aire de verosimilitud que necesita, sino que es una artificialidad consciente y buscada. El escritor quiere que el lector sepa que ha creado un mundo de palabras con las cuales ha hecho que se produjeran situaciones que pueden tener sentido o no, eso no importa, lo que importa es que han nacido gracias a un lenguaje en movimiento y evolución, que hace que todo lo que nombre despierte y quede a merced de él. No digo que hace que todo tenga vida porque no es precisamente eso lo que transmiten los personajes; éstos reaccionan a sus mandatos, son fríos, precisos, un mero instrumento para que el lenguaje cree construcciones verbales sorprendentes. El lector está ante el fenómeno verbal en carne viva.
Elizondo ha buscado siempre, no sólo en Farabeuf, un lenguaje estético y lo ha encontrado en la medida en que ha incorporado la poesía en la prosa. Gracias a ello sus textos han adquirido cualidades propias de la poesía como la búsqueda de la economía verbal, la elaboración minuciosa de imágenes, la preocupación por lo que se hace con la palabra. Además de esto, otra característica con respecto al lenguaje es la práctica de una escritura aforística con la cual el escritor puede reducir un pensamiento complicado a unas cuantas turbadoras palabras. Así, su obra es a fin de cuentas un espectáculo (se convierte en espectáculo dado la artificialidad del lenguaje y las acrobacias que se hacen con él) en donde se trata de observar, de mirar, no de explicar lo que sucede.
Hay dos aforismos de Salvador Elizondo que me gustaría transcribir para entrar en el tema de este ensayo: La locura es un estado de lucidez provocado por el conocimiento de la esencia del mal. Y: El mal primero asusta, luego fascina, luego vuelve a asustar. Por qué hablar del mal en Farabeuf. El mal no debe tomarse como una posición moral frente al mundo narrado; de hecho, en la novela, no hay ese tipo de apreciaciones ni los diferentes narradores toman alguna posición particular frente a lo que se está planteando. El mal es la parte oscura del hombre, aquello que no puede entenderse mediante mecanismos racionales; los personajes dejan al descubierto esa parte del alma que se niega y se reprime, se guían por el instinto para conocer más puramente a la belleza, a la muerte o al horror. Siendo así, las acciones de los personajes son impulsadas por el "mal", y éste no puede comprenderse por medio de la inteligencia, ni debe, porque entonces pierde su poder de fascinación; de esta manera se propone presenciar el mal sin que se intente comprenderlo. La novela nos enfrenta con el lado oscuro del corazón, pero va más allá: nos somete a su fascinación.
La fotografía del supliciado, y el suplicio en sí, es clave porque a partir de ella se desencadenan en los personajes sentimientos sombríos. Un hombre chino atado a una estaca, con los brazos echados hacia atrás, es sometido al tormento de "los cien cortes" por cuatro hombres que se afanan en mutilarlo y apretar las ligaduras que provocarán el desmembramiento. El hombre ha cometido un crimen y ése es su castigo, pero eso es lo de menos, la importancia radica en lo que esa carne martirizada está significando para los que la ven. El rostro del supliciado es enigmático; vemos su cuerpo mutilado, sangrante, pero su rostro es el de un santo. La cara alberga una tranquilidad terrorífica para el lector; observa hacia el cielo, ajeno a lo que hacen con su cuerpo. La Enfermera al encontrarse con esta fotografía olvidada quizá entre las páginas de un libro se obsesiona con el tormento de "aquella carne maldita e infinitamente bella." (Pág. 40)
Los personajes que aparecen dentro de la historia son cuatro, esto de acuerdo con mi propia interpretación de la novela pero para quienes estén interesados en leer acerca de otras interpretaciones pueden remitirse al libro La isla desierta cuya bibliografía completa se encuentra al final de este ensayo. Dos personajes son el reflejo, como en un espejo, de los otros dos; éstos últimos, que son el reflejo de los primeros, repetirán las mismas acciones de aquéllos sólo que en espacios cronológicos separados. Farabeuf y la Enfermera son los personajes originales, por así decirlo. La Enfermera, en algún momento, estuvo sentada al final de un pasillo en una casa de París esperando la llegada del doctor; una vez que éste llegó se enfundó las manos en sus guantes, escogió uno de sus instrumentos quirúrgicos y condujo a la Enfermera a un cuarto con la puerta pintada de blanco y la cerraron. Después de un minuto nueve segundos (no por capricho transcribo el tiempo exacto) se escuchó un grito. Eso es todo lo que el lector textualmente puede saber; la novela obliga a interpretar en base a conjeturas: o bien el doctor inició la tortura en el cuerpo de la Enfermara o realizaron el coito. Anteriormente mencioné el tiempo en que tardó la Enfermera en gritar; en un punto de la novela se dice: (...) durante el tiempo que pudo haber durado el acto anteriormente nombrado (coito) -canónicamente un minuto nueve segundos (Pág. 57). En otro momento se menciona que Farabeuf puede amputar una pierna mediante el instrumento quirúrgico adecuado en un tiempo de un minuto con nueve segundos. Cualquiera de las dos cosas pudieron haber pasado en esa habitación.
La Enfermera y el doctor de acuerdo a las situaciones adoptan personalidades diferentes. La Enfermera también fue una monja disfrazada, Mlle. Melanie Dessaignes, quien en unión con Farabeuf, que se disfrazó de reportero, planearon un fraude político-religioso para canonizar al supliciado chino.
Los otros dos personajes son un hombre y una mujer. La mujer que obsesionada por la fotografía del torturado, encontrada en las páginas de un libro, en una casa de Honfleur, está a punto de la locura. También, al igual que la Enfermera en otro tiempo, espera por el doctor en la misma casa parisina, acompañada de un hombre. La identidad de esta mujer es imposible de precisar por lo que todo lo que se piensa acerca de ella es apenas una hipótesis:
No recuerdo nada. Es preciso que no me lo exijas. Me es imposible recordar.
Es necesario que no me atormentes con la posibilidad de esa mentira que he-
mos forjado juntos ante aquel espejo enorme que nos reflejaba entre sus man-
chas y grietas (...). Soy capaz de imaginarme a mí misma convertida en algo
que no soy, pero no en algo que no he sido. (pág. 23)
La mujer ha perdido la identidad asumiéndose como la Enfermera que estaba a la espera del doctor; sin embargo, su espera no es ficticia, a su debido tiempo llegará un Farabeuf decrépito que ayudado por el hombre hará la representación de la tortura mediante un artificio denominado Teatro Instantáneo. Aquí, al igual que con la Enfermera, no se sabe si en verdad la tortura se llevará a cabo o no.
Con el doctor es diferente, de él se tiene más información porque hay una voz en plural que lo interroga acerca de su vida. No se sabe quienes están detrás de esa voz pero su función es hacer hablar a Farabeuf de sí mismo. Esta voz es muy particular porque uno puede darse cuenta de que está enterada de todas las acciones llevadas a cabo por el doctor; de hecho, la relación entre la voz y aquél es como un sometimiento a un interrogatorio que está obligado a responder, e incluso es posible deducir que esta voz tiene autoridad sobre él por la manera altanera e irónica con que se le dirige. De Farabeuf se sabe que estudió medicina, que en su juventud se acostaba con Madame Bistouri (la Enfermera), que escribió el Précis de Manuel Opératoire, un texto que se volvió un clásico dentro del mundo de la medicina aunque polémico por "el uso tan inapropiado que los literatos están haciendo de él (nótese la ironía)." (Pág. 27). Y que durante su estadía en Pekín, en 1901, fotografió a un chino condenado a sufrir el tormento de los "cien cortes" por haber asesinado a un príncipe. Pero también hay cosas de las que no es posible estar seguros, por ejemplo, ¿cuál es la verdadera relación de Farabeuf con esa mujer que se ha olvidado a sí misma?; ¿quién es aquél hombre que acompañaba a la mujer en la playa de Honfleur en donde ella recogió una estrella de mar que arrojó lejos de sí con asco?; ¿era Farabeuf? Hay aún algo más turbador. Se habla de un espectáculo organizado para que la mujer recupere la memoria y se olvide de sus obsesiones, pero ¿quién es ese hombre que ha llevado a cabo el Teatro Instantáneo con ayuda del doctor?; ¿es el propio Farabeuf desdoblado?; ¿en verdad llegará el doctor a la representación para efectuar una tortura verdadera?
Los tantos espacios de indeterminación en la novela hacen que ésta sea rica en interpretaciones pero por lo mismo la hacen sumamente peligrosa ya que es muy fácil dejarse llevar por la imaginación y darle al texto significados que no tiene. En uno de sus aforismos Elizondo dice: El conocimiento no puede expresar (en el lenguaje) (o con el lenguaje) más que lo siguiente: el conocimiento es imposible (mediante el lenguaje). Y eso es lo que se experimenta al leer el libro; uno se encuentra ante un lenguaje utilizado magníficamente pero también laberínticamente debido a que nos lleva de una incertidumbre a otra. El lector se encuentra ante el pesimismo del lenguaje, su imposibilidad de asir al mundo, de nombrar con exactitud lo que lo rodea. La realidad es inexpresable, dice Elizondo, y es verdad, al menos en la novela, en donde nunca se puede dejar de sospechar que detrás de lo narrado hay algo más, otra realidad, algo que se nos ha escapado a hurtadillas.
No es mi intención extenderme en la significación del texto porque no es el tema de este ensayo, pero he querido exponer brevemente esta interpretación para que se vea la enorme dificultad de darle a la novela una única explicación, más cuando se tienen personajes y situaciones ambiguas. Sin embargo, quiero agregar algo más; hay dos símbolos recurrentes, un espejo y un cuadro. En el espejo se observan el hombre y la mujer y conjeturan acerca de su existencia, se dicen que quizás ya estén muertos, que tal vez sean sombras de otros, una invención (de la Enfermera y Farabeuf tal vez), etc. Esperan al ver su reflejo la confirmación de su ser pero éste los somete siempre a la duda y a la irrealidad. El cuadro representa una pintura del renacimiento veneciano llamado Amor sagrado y Amor profano (la pintura en realidad existe y es de Tiziano). En ella están dos mujeres, que es una misma pero con diferentes atributos; una es la Venus que representa el amor profano y la otra el amor sagrado. Extrapolando esa información a la novela, la mujer sin identidad representaría lo sagrado y la Enfermera lo profano. Lo interesante es que estas dos mujeres del cuadro son en realidad una sola representando dos caras opuestas, por lo que lo mismo podría pasar con la mujer y la Enfermera y con el doctor y el hombre. Es posible que sólo haya dos personajes y los otros dos entes no sean más que un testimonio, como se hace suponer: ¿Era un verdugo? (se refiere a Farabeuf) / No; era un testigo / ¿Cómo lo sabes? / Yo soy su testimonio (al parecer quien hace las preguntas es el hombre y quien responde es la mujer) (Pág. 138). He querido mencionar estos dos detalles para hacer notar que pueden ser pistas para llegar a la verdadera identidad de los personajes; aunque por otro lado es posible que no sean más que espejismos que no signifiquen nada. La novela recuerda a cada momento que un exceso de confianza en la realidad y el conocimiento se paga caro.
En Farabeuf se retoman temas típicos de la literatura decadente como el uso de instrumentos sangrientos, la afanosa tarea de cortar cuerpos, los cadáveres putrefactos, etc. Sin embargo, este tipo de textos lo que buscaba era escandalizar al lector; en cambio en la novela no existe intención moral, no existe más que escritura, acciones desarticuladas de moral, personajes que están más allá del bien y el mal.
Coito-tortura, placer-dolor, desnudez-muerte, hay una línea tan delgada entre ellos que traspasándola una cosa puede pasar inmediatamente a ser otra (recuérdese lo mencionado anteriormente; el coito según se dice dura un minuto con nueve segundos y la amputación de un miembro tiene la misma duración; la división entre dolor y placer casi se desvanece). La mujer obsesionada con la foto del supliciado, de tanto observarla, se enamora de ese cuerpo mutilado. El doctor Farabeuf conduce a la Enfermera a la habitación y de un momento a otro el coito se convierte en un acto de tortura. La línea se traspasa casi por instinto, como un proceso ineludible, como una acción anhelada desesperadamente por lo más desconocido del alma humana.
Los cuerpos son bellos únicamente destazados, doblegados ante el filo de un instrumento quirúrgico. Nada es más placentero que ver saltar la sangre de los miembros amputados, nada más hermoso que el cuerpo sometido a su destrucción:
No faltarán minutos para que tu cuerpo se recubra de estrías lentas que la sangre
traza, por gravedad, en las comisuras del cuerpo después de que el bisturí recorre
la piel como una caricia perceptible, pero inequívoca en el florecimiento de las
vísceras que brotan a través de las incisiones como los retoños de una primavera
tenebrosa. (Pág. 153)
La belleza tiene su valor cuando se relaciona con el dolor, el sufrimiento y la muerte porque la belleza, ante todo, debe asombrar y horrorizar al mismo tiempo. Recuérdese el cuadro, la hermosa mujer representada en él adquiere su belleza intrigante en la unión de contrarios. Las cuchillas del doctor Farabeuf hacen que quede al descubierto una belleza que de otro modo hubiese quedado incompleta. Los personajes también adquieren su lógica-estética, sigo apelando a mi interpretación, cuando se unen como contrarios. La Enfermera y la mujer unidas conforman el amor puro corrompido; el hombre y el doctor la relación amorosa violentada.
El amor, otro tema importante en la novela, no puede ser verdadero sin sacrificio, violencia, horror. Bataille dice que el amor-erotismo es el deseo de dos seres por salvar un abismo; la relación amorosa proporciona por unos segundos, en el orgasmo, la cancelación de las fronteras individuales, después de eso el abismo vuelve a imponerse:
Tratarías de reconocer en el brillo de aquella cuchilla afiladísima los reflejos
que produce el sol sobre el lente de la cámara con la que hacía apenas unos
minutos te había fotografiado sentada entre aquellas rocas junto al mar, pen-
sarías tal vez que yo había recobrado la estrella de mar que tú habías arrojado
indiferentemente a las olas y tratarías de descubrir en la punta amenazadora
de aquel bisturí la identidad de esta conjetura improbable sin lograrlo y por
escapar de ese abrazo sangriento que yo te ofrecía con los brazos levantados
en un gesto ritual, abrirías aquella puerta y penetrarías silenciosa, abandona-
da al espanto y a la delicia de una seducción que apenas lograbas imaginar,
sí, penetrarías en aquel cuarto sin decir una palabra, sin implorar clemencia,
como quien se dispone a cumplir con los términos de un convenio y yo te se-
guiría, con las manos en alto, enfundados los dedos en el hule tenso de aque-
llos guantes color de ámbar, silencioso también, prefigurando lentamente en
mi mente tu abandono y tu entrega, tu muerte. (Pág. 118)
El erotismo y la tortura son inseparables; por un lado, existe el deseo de esa trascendencia casi mística por medio del coito, pero también está el horror del amor, el abismo y la imposibilidad de anularlo a no ser por medio de la muerte. La mujer quiere entregársele muerta al hombre porque es la única manera de estar con él indefinidamente; es por ello que el amor se convierte en un sacrificio sangriento en donde ya no existe el binomio hombre-mujer sino verdugo y víctima. El desmembramiento del cuerpo es un ritual exquisito de entrega; el placer de ver una cuchilla hundiéndose en la carne es provocado por la apropiación de un cuerpo ajeno que se va convirtiendo lentamente en pertenencia del verdugo. El amor es profanar y santificar al otro.
La muerte se presenta como conocimiento y espectáculo. Recordemos la fotografía del supliciado: "-Fotografiad a un moribundo -dijo Farabeuf, y ved lo que pasa. Pero tened en cuenta que un moribundo es un hombre en el acto de morir y que el acto de morir dura un instante (...)." (Pág. 26). Otra manera de convertir a la muerte en un espectáculo representado es mediante el Teatro Instantáneo del doctor, donde se supone que la mujer será enfrentada simbólicamente al suplicio que conduce a la muerte y obtendrá a cambio un conocimiento total acerca de sí misma que la hará volver a recordarse. La descripción parsimoniosa de los cuerpos mutilados funciona como una forma ceremonial de invocar lentamente a la muerte, de hacerla incluso palpable en la persona que se está supliciando. La muerte también se presenta como fascinación, horror y belleza: "Nosotros, inmóviles, suspendidos en la contemplación de esa carroña bellísima, de ese rostro maravillado y cruel, paralizados en ese paroxismo interminable de grito contenido." (Pág. 100).
Es necesario ver todo lo que ocurre en la novela como un ritual, una ceremonia de iniciación, entrega y consumación. No se plantea un descuartizamiento burdo de cuerpos; hay un método, un procedimiento para cada cuchillada. El hombre supliciado es sometido a un martirio sistematizado y el desmembramiento desprende un aire religioso; recuérdese la fotografía del chino, su rostro en éxtasis, de un acto meramente carnal como lo es la tortura se pasa a una experiencia mística que llega cuando el dolor se convierte en un placer exquisito. El sadomasoquismo extendido en toda la novela es necesario para trascender hacia un delirio místico-religioso.
Dolor y placer son otras de las sensaciones que van unidas. En el fondo de las acciones de los personajes hay una búsqueda tenebrosa del placer, un hedonismo perverso. Antes hablé de que para Salvador Elizondo es más vívida la escritura que la realidad, así todo lo que sucede dentro de la novela es mucho más inquietante como ficción que como realidad en gran medida por mediación del tipo de lenguaje usado. En la realidad, lo descrito en la novela sería una simple carnicería; hecho texto se convierte en un ritual:
La experiencia del dolor creo que es más, muchísimo más intensa imaginada
que experimentada; yo creo en los extremos del dolor físico que están repre-
sentados en la fotografía del torturado chino en la que me basé para escribir
Farabeuf, el dolor que expresa esa fotografía es muchísimo muy superior en
términos de literatura; claro está, al dolor físico que experimenta el chino que
está siendo torturado. (En la isla desierta, Pág. 50)
El lenguaje utilizado para describir las situaciones sangrientas es frío, preciso, como cuando se hace un inventario pormenorizado de los instrumentos quirúrgicos destinados a las mutilaciones. El horror es también producido por los espacios sombríos en que se desarrollan los acontecimientos, ya sea la casa parisina con los pisos cubiertos de periódicos viejos o aquella playa en que la mujer recogió una estrella de mar. Pero también el horror lo constituye un elemento persistente, que anega todos los espacios: el silencio. Hay demasiado silencio en la novela; los personajes callan o hablan ambiguamente, únicamente se oye el gotear de la sangre, el serruchar de los huesos, o hay gestos que no se saben interpretar: ¿qué hace la mujer empeñada en el movimiento de la ouija, qué respuesta espera, qué significa el ideograma chino que ha trazado inconscientemente en una ventana? El silencio se extiende, es por eso que no queda más que mirar, observar cuidadosamente todo para entender cada detalle, y aún así no se puede evitar encontrar un eco en esa voz que dice melancólicamente dentro de la novela: "Muchas veces pienso que no he pasado nada por alto, absolutamente nada, pero hay resquicios en esta trama en los que se esconde esa esencia que todo lo vuelve así: indefinido e incomprensible" (nótese la autorreferencia que se hace, en varias ocasiones, a las mismas complicaciones que tenemos los lectores con la novela). (Pág. 69).
El ideograma, ese signo de silencio y misterio, está presente como símbolo. La realidad es una grafía compleja que conglomera en sí misma muchos significados; una sola línea que se borre o que se agregue y todo cambia; así es cómo se narra en Farabeuf una misma situación que se altera cuando un nuevo elemento entra en acción o cambia. Por ejemplo, el ideograma que la mujer dibuja en la ventana significa número seis, pero también "la disposición de los trazos que lo forman recuerda la actitud del supliciado y también la forma de una estrella de mar, ¿verdad?" (Pág. 150).
Si algo ha retomado Elizondo de los escritores malditos es el erotismo y el horror ante el abismo que hay entre dos personas: esto en Bataille; del Marqués de Sade su deseo de destrucción, de transgredir lo sagrado, de aterrorizar todo lo gozoso; y de Baudelaire su admiración hacia la belleza corrompida, su deleite ante el dolor y el sufrimiento. Pero no sólo estas influencias son a nivel temático, a nivel de lenguaje también hay similitudes. No hacen falta muchos esfuerzos para notar que algunos de los escritores malditos eran unos dandys o snobs, pero su elegancia, su extravagancia y refinamiento eran fructíferos, y se transferían al lenguaje. De tal manera el léxico suele ser cuidado, utilizado con gran conciencia estética; una mirada hacia la novela lo comprueba. Dentro de todo lo sangriento o lo impresionante que puede ser leer acerca de la carne pasada por una cuchilla nos encontramos con que el lenguaje nunca pierde su compostura y se mantiene fresco, renovador, elegante.
No puede dejar de verse a Farabeuf como una novela llena de erotismo (sádico, masoquista, perverso, pero erotismo). La principal imagen erótica la constituye la fotografía del supliciado, en la cual "Bataille (la figura de Bataille aquí es decisiva porque la fotografía aparece en su libro Les Larmes d Eros que es de donde Elizondo la tomó) advierte todas las características esenciales del erotismo: la crueldad, la violencia, la violación de la interioridad del cuerpo humano, la profanación de las estructuras vitales, el atentado contra la interdicción, la fascinación del suplicio y el éxtasis místico." (Teoría del infierno, Pág. 75-76). Es una novela muy sensorial, siempre está apelando a los sentidos, pero también jugando con ellos, confundiéndolos; después de todo no es fácil olvidar palabras como éstas: "¡Quién hubiera pensado que Farabeuf se valdría de ese objeto cuya sola concepción, estudiada metódicamente, es capaz de romper la mente en mil pedazos!" (Pág. 151). Y es como si esa sentencia se hiciera extensiva al lector, ¿acaso nosotros también no estamos siendo sometidos a esa ruptura?, ¿y nuestra mente no está siendo, en cierta manera, supliciada?
Lo último que puedo decir acerca de esta novela es que es un texto que merece leerse y estudiarse a pesar de todas las complicaciones que acarrea. Farabeuf es un infierno textual digno de Salvador Elizondo.
Bibliografía
Tríptico Mexicano
Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Salvador Elizondo
Manuel Durán
SepSetentas 81
México, 1973
En la isla desierta. Una lectura de la obra de Salvador Elizondo
Dermot F. Curley
Fondo de Cultura Económica
México, 1989
Cuaderno de escritura
Salvador Elizondo
Fondo de Cultura Económica
México, 1988
Teoría del infierno
Salvador Elizondo
Fondo de Cultura Económica
México, 2000
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