Don Marciano y el extraño caso de la mujer aparecida
Luego de haber tenido conocimiento sobre cierta situación anecdótica en la zona de la Cordillera Negra, me decidí a investigar viajando a las mismas fuentes. La historia a muchos parecerá descabellada pero por lo mismo enigmática e insólita.
Cuando llovía, Don Marciano, no iba cerca de algún árbol a guarecerse sino que seguía caminando bajo la lluvia, como si esa sensación le tranquilizara el alma encendida con la que había nacido; aquella vez la leve lluvia parecía haberle mareado induciéndole a un mundo del que saliendo no volvería a ser el mismo. Caminaba por la ruta siempre conocida por él, los árboles que tras suyo dejaba, lo habían visto crecer como él había visto crecer su propios huesos, su piel y hasta su propia sombra.
Esa tarde como muchas otras parecía apacible al igual que todas las otras que transcurrían en el lugar, salvo los acontecimientos cotidianos de la siembra y la cosecha, sin embargo al dar vuelta por casa de doña Iluminación, Don Marciano divisó a lo lejos una silueta sensual de movimientos felinos, que turbaron su mente y su espíritu. Esta imagen no solo impactó sus ojos sino también su olfato, porque el aroma que a lo lejos sentía le hizo escarapelar el cuerpo poniendole la carme de gallina, el corazón entonces empezó a latirle intensamente, no por temor sino por deseo, sus pasos empezaron a variar sigilosos como los de un puma, no aceleraba sino casi danzaba como un animal, el celo lo había cubierto sin que él se diera cuenta, y aquella visión se convirtió en un presentimiento. Cuando tuvo a la presencia frente a sus ojos, pudo entender el porqué de todo; era una mujer increíblemente hermosa, sus cabellos largos y negros le caían hasta las caderas, sus pechos redondos le explotaban como una flor, estas emociones él nunca antes las había sentido lo que explicaban el por qué de tanto marasmo.
La imagen de aquella mujer lo tenía en un paroxismo similar al de los fieles frente a sus santos; su rostro fresco lo sedujo, y aunque traía ropas raidas y una cuerda atada a la cintura él no pudo distraerse de ella, quedando hipnotizado como una mosca a la araña. Ahí mismo la mujer se dejó seducir por él y en medio de la nada, se hundió en su cuerpo, sin que ella dijera nada y al contrario lo recibiera gustosa, así, anidó en sus pechos como si toda la eternidad hubiera decidido estacionarse en esa piel, quedando dormido en su regazo, uno junto al otro como un solo cuerpo hasta que amaneció; una vez soñado todo lo que el inconciente puede soñar las aves invadieron el mundo con sus cascabeles cánticos y a él otra vez se le puso la piel de gallina, esta vez de temor. Ella habló por fin, pero fue para decirle que por favor la dejara; él le suplicó que no, que se quedaría, pero un presentimiento le hizo entender que no sería posible convencer a aquella mujer de su decisión. Él se fue, compungido y sucedido, pero una vez andado un corto trecho, su corazón le dio media vuelta y volvió a donde estaba la mujer; para su sorpresa encontró una burra atada en el lugar con la misma cuerda con que antes la había encontrado.
Esta historia me contaba don Marciano, y en sus ojos se dibujaba una profunda nostalgia que me hacían imaginar sus visiones y sentir los efluvios de aquella mujer que se perdía en el tiempo.
El relato, precisamente, coincide con el testimonio que me diera uno de los pobladores del valle, don Nicéforo Domínguez, quien había acusado a don Marciano, nuestro personaje enamorado, de haber abusado sexualmente de su joven burra. Lo aseveraba porque él mismo lo había encontrado en pleno acto indecoroso con la pobre animala, frente a lo cual preso de una furia incontenible descargó su indómito látigo en sus nalgas para haber si por las nalgas recapacitara su cruel fechoría, gritándole: «sucio, degenerado, pervertido» y una suerte de mil improperios más, que por las circunstancias y en consideración a usted amigo lector, no podemos transcribir, mientras don Marciano huía recogiéndose los pantalones.
Sobre dicha denuncia datan documentos fidedignos en la gobernación del lugar, acusando a don Marciano de zoofilia en desmedro de la honra de la joven burra de don Nicéforo Domínguez.
Tania Guerrero
Extraído de: http://tania.blogia.com/
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