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El Rincón del Diablo

Fuego

Fuego  

Noche oscura. Un cierto baile de disfraces. Me encontraba sola entre personajes distinguidos y diferentes personalidades, pero todos ellos ajenos totalmente a mi persona. No sabía como, pero había acabado accediendo a las peticiones de amigos y conocidos para asistir al evento, aún sin tener demasiada predisposición para ello. Vestida de frac, con el pelo bien recogido y una máscara cubriéndome el rostro, la noche se presentaba monótona e hipócrita, llena de sonrisas forzadas y conversaciones superfluas. Todo parecía diseñado con un mismo patrón, pero allí, entre la sonora y homogénea multitud se encontraba ella, un ser demasiado perfecto para pertenecer a esta atmósfera mundanal, de pie junto al balcón abierto donde la luz de la luna la cubría de un aura extraña. Su piel enfermizamente blanca contrastaba con su oscuro atuendo y con la multidiversidad de colores que la rodeaban. Su pelo, rojo como la sangre que corría por sus azuladas arterias, ondeaba salvajemente como una llamarada de fuego salida del mismo infierno. Y sus ojos, de un color grisáceo sin vida, miraban con un aplomo y una confianza indescriptibles a su alrededor.

No sé qué fuerza me conducía hacia ella, no puedo explicar esa atracción inevitable que empujaba mi cuerpo hacia el suyo, pero en un segundo que se eternizó en mi memoria tomé delicadamente su mano y la besé, levantando lentamente mis ojos para encontrarme con los suyos, con la misma confianza y aplomo que había observado en ellos con anterioridad. De repente, sus blanquecinas y aparentemente frágiles manos me transportaron hacia el exterior del balcón, y cuando quise darme cuenta estaba cerrándolo para quedarnos a solas con la luna en aquella oscura noche.

No hubo mediación de palabra, tan solo un acuerdo implícito de nuestros instintos más primitivos en el momento en que su negro y mi blanco, su blanco y mi negro se mezclaron en un baile acalorado, en el momento que nuestros labios sellaron ese pacto secreto entre mi deseo y su necesidad.

Fuego, un irresistible y abrasante fuego recorriendo todo mi cuerpo fue lo único que podría decir que sentí, fuego cuando sus blancos y afilados colmillos se clavaron en mi cuello, quitándome la vida y, al mismo tiempo, entregándome la eternidad. Siempre pensé que este ritual sería oscuro, tenebroso y frío, pero no, nada de eso sentí en sus brazos, sino todo lo contrario: calidez, luminosidad y fuego que ardía hasta en el alma. Ese fue mi nuevo amanecer, mi vampírico y eterno amanecer.

 

Silvia Calmet

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