Le monde
Su padrino le había conseguido el trabajo. No le importaba el haciendo qué, lo único que le importaba era el tan tremendo favor que le hacían nuevamente y que podría juntar dinero para las medicinas de su madre; es decir, para intentar que la muerte, ineludible y muy próxima, sea lo menos dolorosa. En cambio, el dolor para él sería inevitable.
Pero ahora estaba feliz.
Muy temprano tuvo que ir a la dirección que le habían dejado anotado en una tarjeta de presentación. Era un edificio de color azul, no más de cinco pisos, con un cartel en Neón: Hostal Le monde.
Al entrar se dio cuenta de la burda decoración, de la simple distribución y de la clarísima función de este edificio: era un hostal de paso para disminuir fiebres.
Un hombre sin cabello, al verlo entrar solo, se sorprende mucho. Pero cuando nuestro amigo muestra la tarjeta, recuerda que su jefe le dijo que iba a llegar un recomendado para trabajar como mantenimiento.
Soy Raúl Grande, dice el hombre sin cabello.
Y yo, Humberto Jauja, dice nuestro amigo. Ambos se estrechan las manos.
-Bien, Humberto, tu trabajo consiste en hacer la limpieza, la frase que debes tener en mente es que no debes dejar rastro de polvo alguno. Raúl grande ríe por su juego de palabras.
-Lo que usted mande-. Jauja baja la cabeza.
-Bien. Pero yo no soy el que manda, sólo soy un empleado más como tú. Aquí es donde se guardan los guantes y todos tus artículos de limpieza. Las sábanas se deben cambiar cada vez que...
Y así, Humberto Jauja comienza a recibir todas las instructivas para el desarrollo de su trabajo. Su turno era de 8 horas y ganaba un poco más que el mínimo...
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Antonio Moretti
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