CAPIROTE
Carlos Alfonso Rodríguez
Altamira es un corregimiento del suroeste antioqueño, probablemente uno de los corregimientos más grandes de toda Colombia pues, a diferencia de otros corregimientos, tiene la apariencia de un verdadero municipio. Pueblo faldudo enclavado entre verdes montañas, cuyos habitantes llegan a ocho mil, sobrevive a duras penas del cultivo del café y de la ganadería.
Se cuenta que en ese pueblo, durante la década del sesenta del siglo pasado, ocurrió una tragedia que hasta el día de hoy sus pobladores narran por las noches al tomarse unos chorros o a los habitantes que quieren conocer las historias que guarda secretamente la comunidad. A mí me la contó una profesora en Betulia y yo creí que era puro cuento, pero la historia tiene mucho de verdad, pues el tal Capirote como la gente llamaba a este personaje existió, corrió y bailó en ese pueblo. Claro que se dice también que no era del todo sano el muchacho y bastante marihuanero. Este acontecimiento que hoy sería una noticia de televisión, nunca salió más allá de los límites de Altamira. Cuentan que Capirote malogró a su hermana al enseñarle a fumar esa peste, de lo cual sería un pionero en el pueblo por aquellos años.
Un día, enloquecidos, ambos muchachos mataron a su madre, la descuartizaron, guardaron sus extremidades debajo de una cama y se la fueron comiendo a pedazos: los riñones, el hígado, el estómago, el corazón, las vísceras, los brazos, las piernas. Pero como en todo pueblo pequeño las noticias no pueden guardarse mucho tiempo, este no podía ser la excepción. Sucedió que un amigo de la hermana de Capirote fue invitado por ella una tarde a almorzar, pero este, al encontrar un dedo dentro del suculento guiso que había preparado la muchacha homicida, se dio cuenta de que lo que estaban almorzando no era otra cosa que carne humana.
—¡Yo puedo ser borracho, machucho, chismoso pero nunca seré antropófago!
Y regó la historia por todas partes del pueblo.
Dicen que la hermana mayor se murió a los pocos días por semejante recargo moral, y que Capirote se suicidó luego sin que las autoridades lograsen atraparlo.
Hoy en día, cuarenta años después, las mamás asustan a los niños diciéndoles que si se manejan mal se los llevarán a donde Capirote, para que se los coma, porque él se comió a la mamá; y si se comió a la mamá también es capaz de comerse, y a pedacitos, a los niños malcriados.
Carlos Alfonso Rodríguez, escritor peruano, actualmente radica en Medellín (Colombia). Es autor del poemario El grito (1995).
0 comentarios