EPÍSTOLA A UNA MUCHACHA QUE EN SUS OJOS TIENE LA LUCIDEZ DEL MAR
Y he esperado tanto tu regreso
con los ojos flotando en la leve luz de la distancia
buscando el fruto insomne de tus labios horadados por el viento.
He esperado tanto que en la cavidad de la memoria, a cada instante
aletea la blanca baraja de tu sonrisa
entre severas aguas destilando su esencia subterránea
en el fondo de mi alma inerme.
Y en los remolinos sanguinarios de ese mar
que tiene el cristal efervescente de un primer beso arrebatado
he vuelto a percibir tus ojos transparentes y tu cuerpo
como una fresca sustancia vaporosa.
El tiempo ha deslucido ostensiblemente el azul ultramar
donde fundimos nuestros cuerpos en bellas imágenes argentadas
y las aves cual pequeñas partículas van desintegrándose
en el pálido cielo, detrás de esa caleta terriblemente desolada.
Se han arrugado los días, como papeles que guardan el sabor
de una confesión desesperada.
Recorro tus huellas sobre la inmensidad del mar
y desde el confín de un quebradizo muelle aspiro tu regreso,
la brisa de tus labios frescos bebidos hasta el hartazgo
y tu cuerpo de algas flameantes, ardiendo bajo el agua,
mis manos cual peces resbaladizos descubriendo su encanto
a la inescrutable manera del dios Nik.
He esperado tanto para que nuestras ventanas se abran,
entren y salgan las llamas devoradoras del amor
con la sustancia liquida de nuestros cuerpos
destilando entre la sangre y el fuego
un sentimiento donde aun no existo
mas que en el vaporoso insomnio de tus labios
donde se deshacen mis besos burbujeantes.
Teofilo Villacorta Cahuide
0 comentarios