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El Rincón del Diablo

¡Santa Beatriz, mi amor! Dante y la Religiosa Perversión

¡Santa Beatriz, mi amor! Dante y la Religiosa Perversión

 

En la Vita Nuova, Dante inicia la santificación de su amor pasional o el apasionamiento de la santidad; la carnalidad no puede diluirse ni extraviarse en la gloria de Dios, más bien aquella debe invadir los sagrados misterios celestiales contaminándolos de sensualidad.

El virtuosismo religioso se convierte en flanco predilecto de la persistencia amatoria de Dante, pues la muerte de su amada no debe privarlo de su intensa vida sentimental;  su paso de la limitación terrenal a los dominios de la Divinidad debe otorgarle la santidad que se le concede a los amantes, la corona de los santos mártires del amor, y proclamarla: Santa.

Por lo que, Dante disimuladamente esboza, como un aliento cálido y reconfortante, la imagen de Beatriz en la Divina Comedia, contaminando la ya improbable moralidad y el virtuosismo cristiano con la imposición de su deseo y amor pasional: la amada que es enconadamente humana y desvirtuadora, que es espíritu pero que todavía es relente de carne, inconteniblemente a pesar de la inmaterialidad.

Dante nos ofrece un nuevo orden, la salvación, el paraíso en el ser deseado, a través de un atrevimiento mayor: el viaje antojadizo, por intermediación de su amada, por los altamente, hasta ese entonces y antes del amor, esquivos misterios inmateriales, sólo porque la melancólica Beatriz ha querido mostrar a su amado, extraviado pecaminosamente en la oscura selva, los castigos y merecimientos que le habrían aguardado, en ventaja de los que han debido padecerlos sin prevención, sin salvación; entonces éste se convierte en un descriptor de los pecados cometidos y de los sufridos castigos de otros, pues al sobrevolar, felizmente, las realidades infernales su vida pecaminosa es silente, sólo lo reconocemos redimido por un llamado, el de Beatriz, y por lo tanto contundentemente librado, para siempre y desde el principio, del pecado, del castigo. Así es como no limita su rol de simple bendecido y condena, con flamígera pluma, a influyentes personajes de su época, convirtiendo a la Divina Comedia en plena ironía y desechando su equívoca moralidad.

Dante ha nacido con deslumbramiento de buena estrella, con la soga a la mano para no descender dentro del abismo, pues así lo deja muy bien sentado Brunetto Lattini, sodomita y querido Maestro del poeta: "si sigues tu estrella, no puedes por menos de llegar a glorioso puerto..." (Canto XV - Infierno);  es decir, cuando ya estaba extraviado en la selva incierta, ya tenía por delante la dadivosa salvación. Dante, entonces, deja muy bien sentado, también, dicho camino: "...Dejo las amarguras y voy en busca de los sabrosos frutos que me ha prometido mi Sincero Guía; pero antes me es preciso bajar hasta el centro del Infierno" (Canto XVI - Infierno). Promesa del Guía Espiritual, ¡qué descanso de intentos morales!, el cielo será concedido, ¡qué delicia de Cielo junto a la amada!, pero por lo menos antes debe contemplar y sólo contemplar los castigos que podría haber padecido, sino hubiese sido salvo, ¡qué salvación para más anhelada!, no por cuenta del pecador, sino por la redención que la amante otorga para ascender a un Cielo, donde el recuerdo de la carne es lo que guía el presente absolvedor, pues no hay mérito o penitencia distinta del recorrido desesperado, de la perennización del amor carnal para merecer la promesa divina, el premio espiritual. Descender al centro del infierno para probar una vez más que el amor carnal envuelve en insistente e incendiaria flama liquidando otro lenguaje pirómano, correctivo y consecuentemente menor. Y allí, transfigurado, incendiado, amado, conocer los padecimientos de los que fue liberado, no padeciéndolos, quizá para enamorarse más de Santa Beatriz: ese es el único esfuerzo para el Paraíso.

Pero la advertencia para los que estamos conociendo de su salvación es impositiva: ¡cuán esquivo, intenso y anhelado se nos hace el ascenso al Paraíso!, la Divinidad se regodea y oculta en su velado misterio y a cuenta sílabas se revela, ¡ojalá el entendimiento esté de nuestro lado al escudriñar su palabra!: "...Ahora bien, lector, ¡así Dios te permita sacar fruto de esta lectura!..." (Canto XX - Infierno).

En el cielo, por ahora, rige Beatriz que desde su ascensión ha trastocado las leyes de la salvación antiguamente democratizadas por el Hijo de Dios, ahora aparecen limitadas y tiranizadas amorosamente, bajo la bendición de la Divinidad: "¿Crees tú, Malacoda, que a no ser por la voluntad divina y por tener el destino propicio -dijo mi Maestro-, me hubieras visto llegar aquí sano y salvo, a pesar de todas vuestras armas? Déjame pasar porque en el Cielo quieren que enseñe a otro este camino salvaje." (Canto XXI - Infierno).

Así con esta sentencia Virgilio, guía infernal del absuelto amante, detiene a la jauría de diablos que estaban a punto de coserlos con filudos garfios.

Pero Dante sufre, también, un ataque de desmerecimiento y, en pleno proceso de gratuita salvación, pronuncia un mea culpa efímero: "Entonces me afligí, como me aflijo ahora, cuando pienso en que vi; y refreno mi espíritu más de lo que acostumbro para que no se aventure tanto que deje de guiarlo la virtud; porque si mi buena estrella u otra influencia mejor me ha dado algún ingenio, no quiero yo mismo perderlo por abusar de él..." (Canto XXVI - Infierno). 

Tanto cielo para demasiado amor no vaya a arruinarlo todo.

Virgilio, guía de turismo del Infierno, consecuentemente, despliega la verdadera naturaleza de nuestro Amado y nos la ofrece: "Ni la muerte le alcanzó aún ni le traen aquí sus culpas para que sea atormentado, sino que ha venido para conocer todos los suplicios..."; "-Soy un espíritu que he descendido con este ser viviente de grado en grado y tengo el encargo de enseñarle el infierno." (Canto XXVIII - Infierno).

Luego de tanta permisividad y albedrío, Dante, regodeado y ya campeador se infla y le da tratamiento de súbditos espirituales a los condenados, siendo aún carne: "-Si quieres que te alivie, dime quién fuiste...". Con tanta amplitud y condescendencia dispone el alivio para Alberigo de Manfredi, reconocido fraticida, en plena profundidad infernal: "...Extiéndeme ahora la mano y ábreme los ojos... Yo no se los abrí y creo que ser con él desleal fue una lealtad por mi parte." (Canto XXXIII - Infierno), esa fue la sentencia justa del contemplativo para el sufriente, cuando éste le imploró el natural y justo discurrir de sus lágrimas, ahora hechas hielo y que le impedía desfogar su dolor.

Por último, Dante reviste de consideración divinizadota a Júpiter, a quien llama "Dios", y ubica a Capaneo, quien lo ha retado hasta la muerte, en el séptimo círculo, y a los gigantes ciegamente retadores circundando el foso del noveno, porque no limita la absolución amorosa de la Divinidad para asegurar su beneficio bajo cualquier Cielo, haciendo su deseo Universal.

 

Luis Vásquez

Texto extraído de la Revista Cultural "Los Zorros" Nº 5

Chimbote, 2005.

 

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