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El Rincón del Diablo

Esa vez de la mangada

Esa vez de la mangada  

 

Haciendo mi necesidad estuve por ese maizal que hay abajito junto a la quebrada. Calmosa estaba la noche. Buena luna alumbraba... En eso que estoy por levantarme ya, de un de repente lo veo saltar la pirca a un hombre, propio mi primo Saturnino nomás, sólo que vestido completamente de negro: poncho, sombrero, pantalón, todo, todo... ¿Quéee?, dije entre mí, ¿y quién es pues éste? Calladito me quedé, sin moverme, esperando a ver qué hacía.

Avanzó con cuidado, sin hacer sonar mucho las hojas de las plantas, hasta mitad de la chacra. Allí, alzando ambos sus brazos a la luna, empezó a llamar con voz como de buey:

- ¡Joséeeee! ¡Joséeeee!

Empecé a fajarme rápido maliciando que era el propio Saturnino de asustarme el cholo. Sólo para que después -¡lajla!- a chico y grande les hiciera reír contándoles que me había espantado. Pues hoy sí se ha fregado, dije, está bien que sea ayudante de brujo y todo, pero a mí no me las va hacer. Así pensando agarré un terrón de buen tamaño y lo apunté a la espalda aprovechando que estaba volteado haciendo sus ceremonias.

Para su mala suerte, ¡pojjj!, le cayó, en vez de la espalda, en el cerebro; tumbándolo de nariz sobre los maíces que crujieron rompiéndose con el peso.

Ya que me estaba corriendo, riéndome con ganas, cuando una preocupación me asaltó. Quién sabe lo habré cascado muy fuerte, pensé, y me volví a mirarlo. De veras, botadito, hociqueado ahí sobre el surco estaba el pobre, sin moverse, como desmayado. Ay, caracho, muy fuerte creo que le he dado diciendo regresé a ayudarlo levantarse.

Por agarrarlo que estoy, me doy cuenta al mirar su cara, que no era el Saturnino, sino el propio don Antolín Matos, su patrón; ese hombre que decían que era medio brujo y que era su tío de la Ishica, de quien tiempito ya me hallaba yo enamorado  y paraba atrás atrás nomás de la muchacha.

Asustado, dejándolo ahí tirado, saltando la pirca, me fui esa travesía, a la carrera, antes que fuera a tomar conocimiento y me reconociera.

Después de todo, bienecho, dije, para que otra vez no la esté molestando a su sobrina, para que aprenda a ser hombre.

Eso dije acordándome de esa vez del rodeo en Rayán, de donde me vine apurado pensando alcanzarla a la Ishica por el camino, luego que la vi despedirse de los dueños del ganado que estábamos marcando.

Lejitos, lejitos, por un costado nomás, sin dejarme ver todavía, iba yo; pensando salir de un de repente a encontrarla. En eso, ya cerquita que estoy, me doy cuenta que más abajo, detrás de unos puyós ramosos que daban sombra al camino, estaba parado un hombre como esperándola. ¡Trasss!, se hizo mi cuerpo pensando en que ya tendría su enamorado. Pero de pronto me doy cuenta que donde Antolín Matos nomás era, su tío, que de alguna parte estaría viniendo seguro. Lamentando mi mala suerte, itacado bien mi alforjita, escondiéndome entre los puyós, seguí avanzando un poquito distanciado. 

Haciéndose el gracioso iba el hombre a su lado, medio topándola con el hombro. Parecía un poco mareado y por la forma como le hablaba debía estarla palabreando. ¿Qué cosa?, dije, ¿a su sobrina? Su sobrina legítima es, hija de su hermana. Quería abrazarla quería abrazarla, pero ella no se dejaba. Sacudiendo su hombro botaba el brazo del hombre y se apartaba cada que él se arrimaba mucho. Medio molestándose ya parecía estar la muchacha. Entonces, para ayudarla y por celoso que me encontraba, me puse a toser bien fuerte saliendo a un clarito para que de una vez me vieran. Asustado se apartó él y se volteó a verme con malos ojos. La Ishica también feo se avergonzó. No supo qué hacer. Agachó la cabeza y se volteó. Después empezó a irse esa bajada, con trotecito rápido, mientras el otro, todo desganado, se iba por su tras.

Yo saqué mi hondilla, y disimulé sigueteando a las perdices que saltaban por ahí entre el monte, mientras ellos llegaban ya a la casa del molino, donde, según le oí decir a la Ishica, arriba en el rodeo, estaba su mamá esperándola. Hasta no convencerme no me alejé del lugar. De veras, ahí nomás salió la mujer a darles el encuentro. Sólo entonces, Brujo carajo, diciendo me fui esa travesía, renegando de lo que me había hecho la mala, sin maliciar que ahora, al poco tiempo nomás, sin querer lo tumbaría de hocico en el maizal...

 

 

Haciendo un esfuerzo, Antolín Matos logró levantarse, sintiendo que la cabeza le daba vueltas. A la luz de la luna, vio sus manos, su ropa, manchadas de polvo. La noche, silenciosa, parecía contemplarlo. No entendía aún lo que le había ocurrido:

- ¿José? -fue lo primero que asomó a su boca, no como llamando, más bien como quejándose.

Ahí fue que se agitaron las hojas y estalló una carcajada que hizo caer los choclos que estaban recién macollando. Una enorme lengua de fuego del tamaño de una planta de maíz, habló botando llamaradas, haciéndolo chasnar las hojas:

- ¿Ya estás bien Antolín? -se burló la voz y otra vez feo se carcajeó.

- ¿Fuiste tú, José? - preguntó medio resentido el hombre, pálida su cara, como sin sangre.

Una nueva carcajada le respondió. Al ratito, ya calmándose, dijo:

- Me hubiera gustado Antolín, me hubiera gustado; para que otra vez seas más precavido...

Pero Antolín no estaba ocioso para entrar en averiguaciones, mas otra urgencia era lo que lo atormentaba:

- Te he llamado -le dijo- para prolongar el pacto. Pasado mañana se cumplen los diez años de plazo que me diste. Aún estoy joven y no quiero irme.

- ¡Ajá! -la voz cambió de tono, poniéndose medio seria-. Eso debiste haberlo pensado bien cuando firmamos el contrato.

"¿Ven esa candela que arde en su maizal de don Tito?"

"¡Atatau, mal sitio será o entierro habrá quién sabe!"

"Mejor no miren, puede ser malo".

- ¿Pero no habrá algo que se pueda hacer? -dijo Antolín con voz suplicante-. Sé que a otros les has dado hasta veinte años, y a mí, ¿por qué no?

- Eso depende del arreglo. Contigo fue por diez... a no ser que...

- ¿A no ser qué, José? -brilló en sus ojos una lucecita de esperanza.

- Que cambies tu alma por la de alguien muy querido. Tu sobrina, por ejemplo; a ella la quieres, ¿verdad?

- ¿Mi sobrina? ¿Ishica? ¡Nooooo! -dijo Antolín-. Ella no, por favor...

"Una fea culebra dizque han encontrado la otra noche enroscada en sus piernas de la Ishica, chupándole los senos en lo dormida que está".

"¡Yaaa, qué dizque!... el demonio habrá sido, qué va ser culebra de verdad".

"Allau, se secará esa muchacha".

- Sólo te puedo conceder una cosa -dijo la voz, fría, metálica, que ahora salía de una sombra de pie entre los maizales.

- ¿Qué...? ¿Cuál...?

- Mata a un hombre cualquiera sin darle tiempo al arrepentimiento, en un lugar donde pueda llevarme su alma. Y mucho cuidado con volver a tocar a tu sobrina bajo mi forma. Morirás si algún daño te hacen. Recuerda que eres animal herido...

"¿Y mataron a la culebra?"

"No, dizque, pero la punta de su rabo lo habían trozado con la barreta. Bijuqueándose dizque logró escapar por su chacra del Antolín Matos. Era de colores, encanto seguro. Nadie ha visto culebra asina".

- Está bien -dijo Antolín Matos-. ¿Viviré otros diez años?

- Si cumples, sí -dijo el demonio-. ¡Si cumples! -le advirtió con una carcajada. Y desapareció.   

 

 

Chirapiando estaba y corría viento. De un momento a otro se desataría la mangada. Yo acababa de recoger mis vacas a su corral y parado a la puerta, bien envuelto en mi poncho, reparaba ahora la tarde, neblinosa, triste, viendo cómo  los pájaros, con las alitas cerradas, se dirigían como flechas a sus refugios en los montales al pie de la montaña.

Mi casa, en un altito sobre el camino, aparente es para distraerse mirando a los que pasan, pero eso cuando hace buen tiempo, no como ahora que más tristeza daba.

Ya iba a entrarme a practicar un rato siquiera mi rondín, instrumento en que me hallaba afanado tiempito ya, cuando en eso, como en un sueño, la veo asomarse por abajito por esa única planta de tara que había en toda la travesía, a la Ishica, apurada apurada, mirando el cielo. ¡Aso!, mi corazón cómo empezó a brincar de alegría, igualito como sapo dentro de mi pecho. Estaría viniendo seguro de la casa de los Callán, al pie del molino, donde había vaquería y afanada estaba la gente haciendo quesos todos esos días. Ansioso la llamé antes que se pasara, ¡Ishica! ¡Ishica!, ¿a dónde vas? Viéndome se sobreparó como aprovechando para tomar aliento. ¡A mi casa!, me respondió risueña, ¿a dónde más pues? No sabiendo cómo nomás retenerla, ¡Ven!, le dije, mi mamá te necesita. Sorprendida paró las orejas, ¿Cómo dices?, preguntó. ¡Mi mamá te necesita!, le dije fuerte para que se convenciera que no me había oído mal. ¿De veras?, dijo dejando de sonreír. De veras, le respondí poniéndome serio, sin darle maliciar nomás; ya que ese ratito mi vieja estaría por Chacana o Palillo cambiando papitas por camotes, mientras mi taita también se hallaba por Jimbe negociando reses. De manera que estaba yo solito, huachito, como por acá decimos, sólo esperando su compañía de la Ishica que como mandada se asomaba ahora.

Confiesa subió la cuestita alzando altito su pollera. Para qué nomás será diciendo. Gotas gruesas empezaron a caer de uno en uno reemplazando a la chirapa.

Cuando llegó a mi lado, viendo sus pechos que querían reventar dentro de la tela de percal y más todavía cuando al abrir los brazos para cubrirse mejor con su manta me hizo sentir ese olor a mujer que tanto ansiaba yo; todo nervioso, medio disimulando mi voz que quería temblar por la emoción, le dije nomás que pasara, que adentro estaba mi vieja esperándola; mientras en mis adentros me hallaba luchando conmigo mismo, pensando cuál sería lo más conveniente, si hablarle bonito nomás o a la fuerza arrastrarla de una vez adentro.

Ya que estaba por entrar, como si su cuerpo algo le anunciara, se paró de un de repente y se volteó a mirarme, ¿De veras?, diciendo, ¿de veras ahí está? Sí, le dije acercándome lo más que pude a su ladito, ahí está, Ishiquita, ¿acaso te engaño? "Ahora es cuando", pensé, acercándome a oler su cuello que me apeteció como una fruta fresca cuando lo alargó para llamar a mi vieja por su nombre.

El vapor pegajoso que salía de su seno, por el agüita de la chirapa que había humedecido su ropa, bañó mi rostro y lo hizo incendiar mi cuerpo llenándome de más valor y ganas justo ese ratito en que empezaban a caer más seguido esos goterones que anunciaban la mangada. Abrazándola decidido medio con fuerza, Ishiquita, le dije, adentro está pues mamita, ¿quieres verla? Ella por un momento se quedó rígida, sorprendida nomás; pero cuando sintió que la estaba ya medio arrastrando al cuarto pegando mi cara a sus mejillas chaposas, sintiendo ya su aliento, cómo nomás será dio un sacudón de un de repente y se hizo soltar. De un brinco salió puerta afuera riendo nerviosamente, mientras yo por su tras corría a empuñarla de nuevo.

Como tres vueltas dimos alrededor de la casa atollándonos en ese barro de la lluvia que había caído la noche anterior. En una de esas resbaló mi llanque y caí al suelo, embarrándome. Ella, que me había sentido caer, más allacito se volvió a mirar. Y al verme levantarme todo avergonzado sacudiendo mi ropa, con ganas se huajayllaba yéndose a parar ahí junto a una mata de yerba santa. Atatau cholo, diciendo mana válej, ni correr puedes. Todo desganado y adolorido, me acerqué a la puerta, alegrándome nomás en mi adentro que no estuviera enojada. No he querido agarrarte, le decía yo, dando contestación a sus burlas; pero ella seguía quebrándose de risa, Mejor di no he podido diciendo, y agregaba, Eso te pasa por mentiroso y por mano larga, ¡bienecho!

 

 

Desde la montaña de Tarapucro la estás viendo, Antolín. ¿Es ella? Claro pues, ella es. Deja tu cuerpo ahí entre las chilcas y elévate en forma de águila, y desde el alto míralos. ¿Qué hace ahí solita junto a ese muchacho, ahora que ya la mangada se viene a todo dar desde la Cordillera Negra? Déjalo ya ahí al fondo a Saturnino Mejía, ya debe estar muerto, ¿quién puede salvarse rodando de semejante altura, golpeándose entre las peñas y cayendo al fondo mismo del barranco? ¿Te preocupa lo que gritó en el momento que lo empujabas? "¡Favooor!, me mata don Antolíiiiiin!". Despreocúpate, hombre, por estos sitios solitarios no vive nadie. Sólo las momias de los gentiles que pueblan estos cerros pueden haberte oído...

 

 

No creí que fueras asina, dijo Ishica viendo como el primer chaparrón hacía sonar las hojas de las matas y los rayanes que por ahí crecían, tamaño cholo, pensé que siquiera más serio serías; cómo me has hecho demorar por gusto; ahora ni cómo para irme con esta mangada que me ha agarrado aquí a medio camino..., así hablaba, haciéndose la molestosa nomás; pero en el fondo parecía contenta más bien. No te molestes, Ishiquita, le dije yo, ven arrímate a mi lado, aquí bajo el alero, hasta que pase la primera tanda siquiera; después te vas pues, qué tanto apuro. ¿Así?, ni ociosa de pararme a tu junto, me respondió, sabiendo más todavía lo mañoso que eres, no loca...

Por más que se arrimaba contra las yerbasantas, su ropa empezaba a empaparse nomás, haciéndome ver con gusto cómo se redondeaban sus nalgas y, ¡achallau!, sus pechos.

Al cabo de un rato, no pudiendo otra cosa más que hacer, no le quedó otro remedio que hacerme caso viniendo a guarecerse bajo el alero; pero cuidando de ponerse medio lejitos de donde estaba parado yo.

En eso que entre risa y risa volvemos a la conversación de mi vieja, yo diciéndole que de veras adentro estaba, pero durmiendo, y ella alegándome que era yo un mentiroso; cuando de un de repente, cómo nomás será, bajando del cielo nuboso un águila medio rara, haciendo ¡parrr! ¡parrr! con sus alas, medio queriendo detenerse en el aire, casito nos tumba de un alazo, si no es porque a tiempo nos agachamos y logramos arrinconarnos a la pared haciéndole perder campo en su ataque. Haciéndole perder campo en su ataque. Haciéndonos asustar tan feo, se pasó de largo nomás. ¡Yaa!, ¿qué pues quiere ese animal?, dijo ella reparando con sobresalto por ahí por donde se perdía. Yo también, qué raro, dije, nunca he visto un águila volar tan bajito, más peor por acá donde no gallinas criamos.

 

 

Fue el día anterior que Antolín Matos le dijo a su criado:

- Mañana tempranito te vas a Tarapucro a recoger leña para carbón. He conseguido ya el fierro; necesitamos urgente hacer dos barretas para trabajos de la chacra. Esas que tenemos están muy toscas y son pequeñas...

Y tempranito, Saturnino Mejía, estaba que hacía fogatas por Tarapucro.

Rato ya, pasado el mediodía, cuando se estaba nublando todo, al volverse hacia la cima, vio que su patrón de allí bajaba, poco después nomás que viera un águila sobrevolando las crestas de la cordillera y que ahora había desaparecido.

- ¿Ya estamos? -le preguntó el hombre llegando a su lado.

- Sí, patrón, ya estoy acabando -le respondió.

Antolín Matos apenas miró los pequeños troncos que se quemaban.

- ¿Esto? -dijo meneando la cabeza-, esto no, hombre; ven por acá, por acá hay mejor leña.

Y empezó a bajar por la parte más fea de la montaña, por ahí por donde Saturnino no se había atrevido. 

- Por acá, por acá - le iba llamando, abriéndose paso entre las chilcas, sobre un suelo de filosas rocas.

Saturnino tenía que pisar fuerte para no caer. Antolín avanzaba como si nada.

- Por acá, sí; por acá...

Iban asomándose a donde la montaña se cortaba a plomo. Al fondo, quién sabe a qué profundidad, pasaban las aguas de la quebrada, cubierta de monte.

- De aquí, mira; fíjate dónde hay buena leña...

Saturnino asomó el rostro al hondo de la encañada. Ahí fue que sintió que lo empujaban y volaba por los aires...  

 

 

Con toda fuerza la mangada empezó a caer. El día se oscureció más todavía. Los truenos y los relámpagos se sucedían a cada momento. La Ishica, por el susto sería o de mañosa quién sabe, se había puesto cerquita de mí, como para empuñarla de un salto nomás. Y más que eso, seguía haciéndome zumba que no la había podido dizque agarrar, como provocándome... De un de repente, Qué tanto ya será diciendo di un salto a lo descuidao, y justo la agarré de su monillo como con cólera, sintiendo de nuevo su olor pegajoso que encendía mi sangre. Hoy sí, dije entre mí, por nada la suelto. Y empecé a arrastrarla con todas mis fuerzas; mas sintiendo que se estaba dejando llevar nomás sin poner mucha resistencia, tuve que aflojar un poco para no maltratarla. Sólo cuando vio que iba a tumbarla sobre la tarima luchó un poco agitando sus brazos y arañándome; pero con la ansiedad que llevaba yo encima la hice caer nomás de espaldas sobre la cama. Ahí sí, como un loco empecé a besar su boca, su cuello, sus ojos, mientras la sentía que jipaba en mi debajo, ya rendida, y ahora acariciaba mis cabellos.

En eso, afanado que estoy desabrochando su monillo, siento que, ¡ploc!, algo como un peso blando cae con fuerza, y ahí nomás una picadura como con espina me hace aullar de dolor y revolcarme sobre la cama después de soltarla a la Ishica . No vi nada ese ratito, sólo oí el grito que dio ella y que después quedaba muda, paralizada... Cuando levanté mi cabeza reparé a mi lado, vi que un feo animal, como culebra o como lagarto, cuto de cola, de colores verde y rojo tornasolado, se arrastraba sobre los pechos de ella y le clavaba sus colmillos en el cuello...

Como borracho, sintiendo que mi sangre se volvía quemante, oyendo como en un sueño la granizada que caía sobre la tejas, me paré y busqué como pude el machete que felizmente colgado allí estaba, a la mano. La culebra ya se bajaba ese ratito en que el cuerpo de la Ishica se convulsionaba y empezaba a botar espuma por la boca, mientras su cara se torcía en feos gestos de dolor. El animal se detuvo al verme con el machete, se enroscó en su poca cola, y se rizó, mirándome con sus ojos que reventaban en sangre, listo para saltar, sacando su larga lengua amenazante. Ya cuando mis ojos se nublaban y todo lo veía azul, di un machetazo como al aire, y sin saber si acerté o no, sentí que mi cuerpo se amontonaba, que todo se ponía silencioso, que las tinieblas me tapaban...

 

 

De pronto, como en un amanecer, puedo ver la luz que viene hacia mí o acaso yo estoy yendo hacia ella. Siento que mi cuerpo está liviano, que flota en el aire como neblina o nube... Recién debe haber escampado, porquen las llocllas están que se escurren todavía por la falda de los cerros, mientras arriba brilla el sol en un cielo despejado que da envidia de puro azul... Estoy muy alto de las cosas y las gentes. Y puedo ver lo que hay dentro de las casas. Allí está mi cuerpo abrazado a la tarima, mi cabeza recostada sobre los muslos de mi amada Ishica, que tiene los dientes apretados, crispadas las manos, los ojos congelados... Con la cabeza separada del cuerpo, apenas sanguinolento, sobre el piso terroso, botadita está la culebra. Y sobre las montañas de Tarapucro, enredado entre las chilcas, en medio de un charco de sangre, yace el cuerpo de Antolín Matos, sin ojos y sin lengua; mientras al fondo de la quebrada mi pobre primo Saturnino (¿qué hace?, ¿porqué está allí?), un huequito con sangre tiene en la cabeza, como si algún animal le hubiera sorbido el seso o chupado la sangre. Pero en los alrededores todo está tranquilo; la gente está que va a los pastos, a las lomas, a la vaquería...

 

 

Óscar Colchado Lucio 

Del libro: Cordillera Negra (Editorial San Marcos)

 

1 comentario

jonathan -

Alguien sabe que significa ¿itacado? , o su origen