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El Rincón del Diablo

Walt Whitman: el místico

Walt Whitman: el místico

 

La poesía norteaméricana moderna nace, puede decirse, con Walt Whitman. El hombre en su integridad física y carnal, con su inmanente grandeza, retorna con Whitman a la poesía lírica. También parece esta obra una réplica poética del credo democrático que se difundió en los Estados Unidos como basamento de una expansión económica y política incontenible. "Hojas de hierba", contiene la mayor parte de la producción poética de Whitman; allí se publicó el "Canto a mí mismo".

    Camden (Pennsylvania), 26 de marzo de 1892 - Muere el poeta estadounidense Walt Whitman, cuya obra ejerció una influencia decisiva en el desarrollo de la literatura estadounidense. Nacido en West Hills (Long Island), el 31 de mayo de 1819, Whitman tuvo una formación autodidacta, siendo escribiente en el bufete de un abogado y aprendiz de tipógrafo. En el distrito de Suffolk ejerció de maestro de escuela durante algunos años. Al volver a Nueva York vivió del periodismo y de la imprenta, dirigiendo desde 1846 el "Daily Eagle", de Brooklyn. Tras viajar por el sur y el sudoeste de los Estados Unidos, publica una obra "Hojas de hierba", que, de las 95 páginas del texto inicial en 1855, han pasado a 500 en revisiones sucesivas. En ella, Whitman desarrolla todo su misticismo espontáneo e individualista en meditaciones sobre la naturaleza y el hombre. Poeta vital, entusiasta y optimista de la democracia y de los Estados Unidos como nación, se alistó como enfermero en la Guerra de Secesión y, años más tarde, en 1873, quedaría paralítico, casi hasta el resto de sus días. Parte de sus mejores obras fueron escritas entre la guerra civil y su muerte. Destacan: "Perspectivas democráticas", "Ramas de noviembre", "Pasaje a la India" y "Dos riachuelos".

 


 

Canto a mí mismo

 

I

Me celebro y me canto a mí mismo.

Y lo que me atribuyo, también quiero que os lo atribuyáis,

pues cada átomo que me pertenece también os pertenece

a vosotros

Vago e invito a vagar a mi alma.

 

Vago y me tumbo a placer sobre la tierra,

para contemplar una brizna de hierba estibal.

 

Mi lengua, cada molécula de mi sangre emanan de este

suelo, de este aire.

He nacido aquí, de padres cuyos padres nacieron aquí y

cuyos padres también nacieron.

A los treinta y siete años de edad, en perfeta salud,

comienzo a cantar, deseando hacerlo hasta la muerte.

 

Que se callen los credos y las escuelas,

que retrocedan un momento, conscientes de lo que son y

sin olvidarlo nunca.

Me brindo al bien y al mal, dejo hablar a todos,

a la desenfrenada Naturaleza con su energía original.

 

XXIV

Yo soy Walt Whitman, un cosmos, el hijo de Manhattan,

turbulento, carnívoro, sensual, que come, bebe y procrea.

No soy sentimental, ni creyéndome por encima de los

hombres y mujeres o apartado de ellos.

Ni más orgulloso que humilde.

 

¡Arrancad los cerrojos de las puertas!

¡Arrancad las puertas mismas de sus goznes!

Quien humilla a otro, me humilla a mí.

Y nada se hace o se dice, sin que al fin vuelva a mí.

 

A través de mi, surge la inspiración.

A través de mi, surge lo corriente y lo sereño.

 

Yo pronuncio la antigua palabra original, hago el signo

de la Democracia.

¡Por Dios! Nada aceptaré que los demás no puedan admitir

en las mismas condiciones.

De mi garganta surgen voces milenariamente mudas,

voces de infinitas generaciones de prisioneros y de esclavos,

voces de ladrones y de decrépitos, de enfermos y desesperados,

voces de lazos que unen a los astros, voces de matrices y de paternas savias,

voces de odio: voces de los corrompidos, de los ineptos,

de los triviales, de los locos, de los resentidos;

voces vagas -nieblas en el aire-, la voz de los escarabajos

rodando su bola de estiércol.

A través de mí, surgen voces prohibidas:

las voces de los sexos y la lujuria, voces veladas que

entreabro,

voces indecentes que yo clarifico y transfiguro.

 

Yo no me tapo la boca ni pongo el dedo sobre mis labios.

Me entremezclo lo mismo ante las entrañas que ante la

frente o el corazón.

La cópula para mí, no es más obsena que la muerte.

 

Creo en la carne y en sus apetitos.

Ver, oir, tocar, son milagros: cada partícula de mi ser es

un milagro.

Divino soy por dentro y por fuera,

y santifico todo lo que toco y cuanto me toca:

el olor de mis axilas es tan exquisito como el de una

plegaria;

esta cabeza mia es más que las iglesias, las biblias y los credos.

 

Si mi adoración se dirige con preferencia hacia alguna

cosa, será hacia la propia extensión de mi cuerpo o hacia

alguna parte de él.

Vosotros no sois más que la réplica deslumbrante de mí

mismo.

Surcos y tierra húmeda que sois vosotros;

la firme y masculina reja del arado, todo cuanto en mí se

cultiva y se labra;

sois mi sangre fecunda; y vuestras pálidas y lácteas

corrientes las ordeñais en mi vida;

sois el pecho que se aprieta a otro pecho, y en mi cerebro

están vuestras ocultas circunvoluciones;

lavadas raíces del cáñamo, tímida alondra, oculto nido de

huevos dobles, sois vosotros;

fermentado jugo de manzanas, fibra de trigo viril, sol

generoso, también sois;

vapores que iluminan y oscurecen mi rostro sois vosotros;

arroyos de sudor y de rocío sois vosotros;

vientos que me cosquilleáis con dulzura al flotar contra mí

vuestro polen fecundador,

vastas superficies vigorosas, ramas de viviente roble,

amantes compañeros en mi vagar sin rumbo, sois vosotros;

manos que yo he estrechado, rostros que yo he besado,

criaturas hermanas que yo estrecho en mis brazos, sois

vosotros.

 

¡Me maravillo de mí mismo: tan admirable es mi ser y

todas sus cosas!

A cada instante, cuanto sucede en mí me penetra de júbilo.

¿Por qué se doblan mis tobillos? ¿De dónde nace mi deseo

más insignificante?

¿Por qué irradio amistad, y por qué causa la recibo?

Cuando subo la escalinata de mi casa, me detengo y me

pregunto: pero ¿es esto real?

La enredadera que trepa por mi ventana me satisface más

que toda la metafísica de los libros.

 

¡Oh maravilla del amanecer!

La tenue claridad deslíe las inmensas sombras diáfanas.

El aire es un manjar para mi lengua.

 

Frescas masas que cruzan oblicuas, hacia arriba y hacia

abajo, saltan en silencio, brincan inocentes, rezuman,

desde el mundo movible.

 

Algo que no puedo ver eriza púas libidinosas.

Mares de jugos resplandecientes inundan la celeste bóveda.

La tierra y el cielo se juntan.

Y de esta diaria conjunción llega por el Oriente un desafío

que se posa un instante sobre mi cabeza para decirme,

agresivo y burlón:

"¿Serás tú el amo de todo esto?"

 

(Trad. de Concha Zardoya)

 

 

Extraído  de: http://www.geocities.com/rhaph/whitman.html

1 comentario

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He best can pity who has felt the worse.