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El Rincón del Diablo

Náufraga

Náufraga  

 

El sol irradiaba una extraña luz en este recóndito pedacito de playa, la brisa mecía suavemente el agua, creando un oleaje digno de un cuadro impresionista, el susurro de las gaviotas rompía el silencio de la mañana, cuando descubrí de súbito algo que no concordaba con el paisaje; apareció, como surgido de la profundidad del océano, un cuerpo cubierto de algas, las cuales apenas podían revestir su desnudez. Me acerqué sigilosamente, por miedo a romper aún más la armonía del lugar. Al acercarme, divisé que el cuerpo era de una mujer, movida tan solo por el ir y venir de las olas. No mostraba signos de movimiento, de querer evitar que el oleaje mojara aun más su bronceada y desnuda piel. Acabé por unirme a la magia del momento colocando mi temblorosa mano sobre su hombro, para cerciorarme de que aquello no era uno de mis extraños sueños, y para comprobar que aquél no era un cuerpo cualquiera, sino una mujer que tal vez había naufragado por el temporal de la noche anterior. Mis músculos se relajaron al comprobar que, a pesar de estar completamente empapada, su cuerpo aun emanaba calor y respiraba con cierta dificultad.

Me apresuré a apartarla de la orilla, para impedir que el oleaje se la llevara de mi lado y poder reanimarla. Me encontré allí, en esa extraña luz solar, temblando ante la imagen de esa bella y misteriosa mujer, temblando por miedo a romperla de lo delicada que parecía ante mis incrédulos ojos. Pero me calmé como pude y deposité mis nerviosos labios sobre los suyos, con tal de compartir el aire que a mí me daba la vida y que a ella le empezaba a faltar. A pesar de su sabor salado, de su sabor a mar, me pareció el más dulce de los regalos.

Por un momento perdí el control, mi razón se vio nublada por la voz del deseo y ese intento de reanimación pasó a ser un sincero y simple beso. Pero más fue la sorpresa de que bajo mi cuerpo, su cuerpo empezaba a moverse y su húmeda mano se colocó en mi ruborizada mejilla, correspondiendo así a los deseos de mi lívido. 

El mundo se detuvo en ese mismo instante, todo era silencio, la luz dejó de ser luz, el océano dejó de ser océano, la arena dejó de ser arena y aquel cuadro impresionista se convirtió de pronto en uno de mis sueños más ocultos. Sentí todo el calor del mundo sobre mis labios, y cuando éste se alejo de mí dejando tan solo el recuerdo de la sensación abrí mis ojos oscurecidos por el deseo.

Y ahí la vi, sus ojos del color de la miel me observaban sonrientes, no sé si agradeciéndome que la sacara de su naufragio o que le entregara mis labios para retornar a la vida. Y sobre el fin de su rostro se encontraba dibujada la más hermosa de las sonrisas, con sus blancos dientes acentuando aún más la felicidad que su faz mostraba, enmarcada por su oscura melena.

Entonces ahí, en aquella recóndita playa, escondidas del mundo, me quedé con esa mágica imagen, una fotografía de un ángel sin nombre, de la desconocida que por siempre me robaría mis sueños. 

 

 

Silvia Calmet

 

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