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El Rincón del Diablo

AL FINAL TODO ES EXTRAÑO

AL FINAL TODO ES EXTRAÑO  

 

Contempló aquella hoja blanca sobre sus trémulas manos, no volvería a leerla. Varias veces había dicho lo mismo, pero esta vez sí lo cumpliría, era solo cuestión de proponérselo, como se había dicho y continuaba repitiéndoselo cada mañana, tarde o noche, en que el recuerdo la invadía.

No era una ridícula sensiblera y eso era lo que más le molestaba. Estaba decidido, no volvería a fijarse en palabras violentas, oraciones crueles y mensajes devastadores. Sus lágrimas no seguirían siendo un producto desperdiciado.

Se dirigió al parque y sentó en una de sus bancas; qué distinto, se dijo, era ahora todo esto: la soledad e inmensidad del objeto, el viento colisionando en su delgado rostro, despeinándola, como antes una mano real lo hacía.

Contempló el paisaje cómico que sin querer se anteponía ante sus ojos. Cuanto hubiese querido contemplar un asalto, una violación, alguna pelea, un perro fornicando a una perra, un avión cayendo precipitadamente sobre el centro de la ciudad, un gato cazando y devorando una indefensa ave, un bebé llorando, un gago intentando deletrear el abecedario en inglés, o algún borrachito filosofando sobre la vida, pero no; contrariamente las imágenes presentaban a parejas rebosantes de eso que ella había logrado sentir en contados meses, eso que ahora le resultaba innombrable, eso digno de una vomitada o seña obscena. Parejas intercambiando saliva, acariciándose, depredando sensaciones ajenas con sus comportamientos, depredándola cada vez más.

Contempló la carta sobre sus manos. Quién supondría que en esa hoja se hallaría comprimido el mayor caos propiciado por un odiante. Pero no volvería, recordó. Era mejor distraerse en algo, sin importar lo que fuera.

Abrió un poco las piernas, tal vez este descuido adrede la haría distraerse de aquello a lo que no debía volver. Uno de aquellos galanes con novia -sentados al frente de ella- cometería el error de ver, y ella lo sabría; tal vez le guiñaría un ojo, o haría una señal, mostrando su complacencia al ser observada. Posiblemente mientras divagaba sobre qué seña particular dirigiría al observador, estaría siendo vista y sin darse cuenta. Quizás uno de aquellos repulsivos ojos masculinos estaría recorriendo sus ocultas y sensuales carnes, pero nadie se atrevía.

Su ajustada y corta falda ayudaría a lograr tal efecto. De seguro sus blancas y limpias piernas no pasarían desapercibidas entre aquellos ojos ávidos de carne femenina, pero nadie miraba. Abrió un poco más las piernas, tal vez ahora alguien notaría su reducido interior negro; aquel interior que degustaba ponerse, por lograr hacerla sentir sensual y apetecible entre otras. Aquel interior de roces eróticos en su interior. La frescura empezó a relajarla. Que bien era brindar al viento su sexo: una pequeña y rosada boca dispuesta al "amor", una boca cubierta en su reducida burca erótica, una boca encogida, sin amanecer, ni rocío que lograse abrirla. Y todo era tan triste, sin un ojo hurtador, ni tacto complaciente.

Cerró sus piernas. No volvería a intentar una bobería de esas. Nada lograría. Todo era en vano y lo sabía muy bien. Bajó su mirada, era inútil oponerse a tentaciones que en el fondo ya habían decidido que debían darse; porque en la vida de uno, la depresión y el masoquismo son una constante, al igual que la sonrisa o el llanto. ¡Vaya!, la filosofía barata que había desarrollado en estos meses no estaba tan mal, podía brindarse consejos: el manual de la depresiva de piernas abiertas, se dijo, y sonrió.

 

Abrió la carta:

           Puedes morir hoy o mañana, poco me importará. No seré un Martín, imbécil lloricón persiguiéndote, aguantando tus extraños antojos. No eres más que una loca encerrada en su propio e impenetrable manicomio (...) dices que fallé, pues vete al diablo, quizás él pueda entender tus disparates (...) no seré ese romántico engendro de Sábato, solo para tu mórbido deleite, fallaste ...

 

Algunas lágrimas volvieron a rodar sobre sus mejillas, esta sería la cuarta vez que lloraría en el día. Nada anormal en estos últimos meses. Pero sufrir por un maldito marica, sí, un débil llorón que había logrado acostumbrarse a sus labios y cuerpo; un marica de palabras vacías que intentó ser todo para ella: cada instante, sofocando su exclusiva soledad.

Pero la costumbre la había atrapado. Este comportamiento la acabaría, haría de ella una pequeña y estúpida mujercita de ojos irritados, dispuesta a lo peor, al sin sabor de las horas y días. Era mejor callar, pero la muerte no era ni será una opción para el escape, se dijo. La existencia es una de las más irritables venganzas, y lo sabía bien.

 

Continuó:

          ...pequeña, jamás te importé o ¿pensarás contradecirme?. Tú y tú, saturando eso que creí especial; estoy cansado y, sabes, puedes irte a la mierda, siempre te consideraste parte de ella, es hora de la unión (...) no volveré, ni tú lo harás. Ahora podrás llamarte Alejandra -aunque no sea tu nombre-:  infeliz.

 

Encogió sobre sus manos el papel y lo destruyó. No volveré nunca más, se repitió, mientras secaba sus últimas lágrimas. Esta vez todo sería distinto, no valía la pena, o ¿acaso no lo sabía desde el día en que lo conoció? Un descuido imperdonable, un nombre intentando juntarse al de ella, un simple nombre; un cuerpo con órganos, esqueleto, piel, excrementos; un cuerpo pretendiendo ser su "eterna" compañía. Había fallado en sus propósitos individuales.

Observó nuevamente a las parejas, ¿dónde estaría el avión que no cae sobre el centro de la ciudad, el gago tratando de deletrear el abecedario en inglés, el perro intentando fornicar a su perra, el bebé llorando, la joven violada y sus gritos, el asaltante, el par de idiotas destrozándose la cara a puñetazos, el borrachito alegre filosofando acerca de la asquerosidad de esta vida?, volvió a decirse; ¿dónde estaría su esencia, torpemente perdida por el descuido del sentimiento chatarra? Abrió las piernas para ver si ahora alguien se atrevía a observarla. Sonrió.

 

Madame Bovary

 

1 comentario

cindy -

no me aSUSTA
PARA NADA COSAS DE NIÑOS LLORONES